Presentación de «La Manola. El eco de las mujeres que habitan en mí», de Patricia Ordóñez

El 25 de marzo de 2017 se presentó en la Casa de la Cultura de la localidad cordobesa de Baena la novela La Manola. El eco de las mujeres que habitan en mí, de Patricia Ordóñez. A continuación publico el texto de mi intervención.

En principio quiero darles la bienvenida a todos ustedes y agradecer a la Delegación de Cultura del Ayuntamiento, y a su titular, Lola Cristina Mata, que hayan organizado la presentación de La Manola. El eco de las mujeres que habitan en mí en la Casa de la Cultura, ya que esta novela le debe a Baena mucho de su relato. También quiero agradecer a Patricia Ordóñez que me haya invitado a participar en este acto de presentación, algo de lo que me siento orgulloso como historiador. Hoy es la primera vez en mi vida que veo a Patricia en persona, pero mantenemos relación desde hace más o menos dos años. Se puso en contacto conmigo a través de mi blog, como lo hacen muchas otras personas deseosas de conocer el pasado de sus seres queridos durante la guerra civil y la posguerra. Ella había leído las historias relativas a Baena que publico en él y me pedía información sobre su abuelo, soldado en el Ejército republicano. Su abuelo Rafael, con un hermano al que fusilaron en 1936, fue uno de los cientos de baenenses que sufrieron prisión y trabajos forzados en los recintos penitenciarios de la dictadura franquista al acabar la contienda.

Cuando le respondí, me comentó que este información le sería muy útil para una novela que pensaba escribir sobre la trayectoria vital de tres generaciones femeninas de sus familia, de abuela a nieta, en la que ella era el último eslabón. En aquel momento, la historia y la memoria histórica de la guerra civil y la posguerra eran para Patricia un recurso imprescindible para complementar su memoria personal y trasladarla a una memoria literaria. Este conjunto de memorias han fraguado de una manera arrolladora en las páginas de la bella novela que hoy presentamos: La Manola. El eco de las mujeres que habitan en mí. Que esta novela se haya podido publicar, en una época de descenso del número de lectores y de ventas de libros, se debe a Ediciones Carena y a su editora Elena Morilla Serrada, que hoy también nos acompaña. Debo felicitarla por haberse tenido la sensibilidad y el buen juicio de haber apostado por la publicación de una obra tan bien escrita, tan emotiva y tan evocadora. Yo hubiera tomado la misma decisión, pues la novela tiene una altura literaria inmensa, que sorprende mucho más porque ha sido obra de una escritora primeriza que se adentra por primera vez en la autoría de un libro.

No es casualidad que esta novela se esté presentando hoy en Baena. La mujer que inicia la saga de las tres que protagonizan la obra, la primera Manola, que nació en 1901, vivió aquí. Por tanto, más de un siglo de historia contemplan las páginas del libro. La novela recrea muy bien el ambiente histórico que se vivió en aquel tiempo en Baena y en todos los demás espacios geográficos en que se va desarrollando la vida de sus personajes. Yo, como historiador, debo agradecérselo, pues el libro sabe describir con asombrosa fidelidad ambientes, situaciones y hechos, de manera que en sus páginas la literatura se convierte en una aliada imprescindible de la historia y en un ágil torbellino de memorias, lejanas y recientes, que tienen la virtud de atrapar el interés del lector con una habilidad sorprendente. De hecho, esa capacidad para transportarnos a otras épocas con un realismo histórico muy envolvente creo que es uno de los mayores méritos de esta novela.

De izquierda a derecha, Arcángel Bedmar, Patricia Ordóñez, su madre, Lola Cristina Mata y José Membrive (editor).

La Manola es una historia de tres mujeres, con una vida interior pletórica, que se comunican a través de relatos imaginarios. La escritora, Patricia Ordóñez, se sumerge en una autobiografía, en una reescritura de su vida, y para ello recurre a las biografías de las mujeres que marcaron sus orígenes, su madre y su abuela, creando un pequeño árbol genealógico en el que las ramas son sus vivencias y su memoria existencial. Para conseguirlo, emprende el duro trabajo de abrirse por dentro, de enfrentarse a los recuerdos con todo el esfuerzo sicológico que ello supone desde que el recuerdo aparece hasta que es asimilado y ya puede reflejarse en el papel. La novela, con buen criterio, parte de la premisa de que una persona sin pasado es una persona muerta y a partir de ahí construye un mundo vital apasionante en el que se reflejan historias y personajes repletos de emociones humanas que poco a poco van envolviendo al lector, como el enfado, la tristeza, el desconsuelo, la humildad, la frustración y, sobre todo, el sufrimiento.

Aunque la vida se ponga en contra de las Manolas, la novela es una historia de mujeres supervivientes, mujeres que se vieron obligadas a afrontar una época y una existencia muy adversas. Y aunque se centre en tres personajes principales, una de las virtudes de la novela es que las historias que cuenta son muy extrapolables pues son las mismas historias que vivieron y sufrieron, con distintos matices y circunstancias, millones de mujeres españolas en aquellos tiempos. La abuela, como la mayoría de nuestras abuelas, nació en una época de hambre y miseria, de ricos y pobres, de explotadores y explotados. Entonces muchas mujeres andaluzas nacían para ser criadas de señoritos y la mayoría de los varones para ser jornaleros de terratenientes. Eran unos años en los que las mujeres no podían ir a la escuela y para las que la vida significaba un sinvivir, porque su existencia era sinónimo de trabajo, penalidades y sumisión. Eran mujeres, a las que como bien señala la escritora, “les tocó vivir todas las hambres: la del estómago, la del intelecto y del corazón”, perdedoras de la guerra civil, silenciadas por la discriminación, el machismo, la dictadura, los abusos y el miedo. En este aspecto, La Manola es una novela muy valiente y desgarradora, porque se adentra en caminos ocultos, en historias que las familias prefieren callar o ignorar, como los abusos sexuales que sufrió la abuela por un conocido guardia falangista, el aborto clandestino y el maltrato físico y sicológico del marido a la mujer.

Las Manolas debieron escapar de Baena a Barcelona, siguiendo el recorrido geográfico que vivieron varios millones de españoles desde los años cuarenta del siglo pasado, sobre todo los nacidos en las regiones más pobres de España como Andalucía. En 1970, 840.000 andaluces vivían en Cataluña. Para las Manolas, mujeres solas, aquello no solo fue un cambio de domicilio, sino un auténtico exilio, una huida de un mundo, el de Baena, que les negaba el pan, la supervivencia y la dignidad. En Barcelona se hacinaron en las barracas de Montjuic y Somorrostro, ejemplo del chabolismo que rodeaba las grandes ciudades españolas a mediados del siglo XX. El siguiente escalón era conseguir un  piso de protección oficial en las nuevas barriadas que se iban construyendo, en este caso en el barrio de la Trinidad, hoy enfermo de aluminosis debido a las malas técnicas constructivas y donde todavía la mitad de sus habitantes no ha nacido en Barcelona.

A pesar de ser una novela muy intimista, La Manola sabe reflejar a la perfección la vida diaria en la que se desenvolvía el mundo de aquellos emigrantes en tierra extraña. La autora es muy hábil introduciéndonos en el mundo de las relaciones humanas que tejían las personas en las casas y en las calles. Los recuerdos de la nieta nos reflejan un mundo plagado de vivencias que para los que tenemos una mediana edad nos resultan muy conocidas: la abuela que siempre vestía de negro porque ese había sido el color de su vida, las redes de amistad y apoyo mutuo que se establecían con los vecinos, la madre que tomaba Optalidón para atenuar los dolores del cuerpo y el alma, los hermanos que se enemistan por el reparto de una herencia, los familiares que dejan de verse porque la distancia y el paso de los años los alejan, las nueras que se llevan mal con las suegras o el marido que echaba el día en el bar gastándose en la barra o en el juego el poco dinero que había.

De izquierda a derecha, la concejala Lola Cristina Mata, Arcángel Bedmar, la editora Elena Morilla y la autora Patricia Ordóñez.

Frente a tantos avatares, en La Manola existen cientos de frases que son reglas de vida, una terapia que nos hace reflexionar sobre nosotros mismos, nuestras relaciones y nuestro mundo. Esas frases no son solo un ajuste de cuentas con el pasado, sino un canto a la valentía y a afrontar sin miedo los obstáculos que atenazan nuestra existencia. Por ejemplo, cuando una de las protagonistas afirma: “He aprendido que lo que no resuelves cuando debes resolverlo acaba repitiéndose. Cambian los actores y piensas que se trata de una nueva película, cuando simplemente se ha producido el cambio de algún actor. Se mantiene la misma trama, el mismo drama y, posiblemente, el mismo desenlace”. Es algo tan simple como que los pueblos y las personas que olvidan su historia terminan repitiéndola. Por eso La Manola, como el trabajo de los historiadores, no sería posible sin la memoria y sin reflexionar sobre lo que fuimos y lo que somos.

Esa memoria, vital y contundente, se defiende a capa y espada en muchas ocasiones, y es la que sostiene el espíritu del libro. Se expresa a la perfección en las palabras que la abuela, la primera Manola, le dice a su nieta Patricia, la autora de la novela, y que es toda una declaración de intenciones: “Es momento ahora de ordenar y de cerrar episodios que quedaron abiertos. Memorias extraviadas, ocultas, pero que aún siguen actuando. La memoria, querida nieta, no se destruye, permanece, se hereda, aunque se transforme; subsiste”. Es gracias a la subsistencia de esa memoria, que hunde sus raíces en la tierra de Baena, por lo que hoy estamos aquí reunidos en torno a la autora, Patricia Ordóñez, y a su magnífica obra, La Manola. El eco de las mujeres que habitan en mí. Léanla, y hagan ustedes también memoria con ella, porque como baenenses les aseguro que no se arrepentirán.

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