El Carnaval en Lucena hasta su prohibición en 1937

Desde el último decenio del siglo XIX los documentos históricos atestiguan la existencia del Carnaval en Lucena. La prensa de la época nos informa de los bandos de la alcaldía, de las actuaciones de las estudiantinas (grupos con instrumentos musicales parecidos a las tunas), de las máscaras por las calles y de los bailes en el Círculo Lucentino y en el Café Suizo. Era una de las fiestas más importantes de la localidad y duraba tres días (no sabemos si empezaba en jueves o viernes), más el Domingo de Piñata que se celebraba a la semana siguiente. Durante estos días se cocinaba una comida especial, el guiso de Carnaval, cuyo ingrediente principal era un relleno de carne y huevo.

La forma de disfrutar del Carnaval en Lucena dependía de la clase social a la que se pertenecía. Las clases altas y medias se divertían en los bailes de disfraces organizados por sus círculos de recreo mientras las clases populares celebraban el Carnaval en las calles y en la plaza Nueva, donde actuaba la Banda Municipal. La mayoría de la población, de origen humilde y bajo poder adquisitivo, utilizaba para disfrazarse ropas viejas, pañuelos con los que tapaban sus caras y caretas. Las máscaras trataban de llamar la atención de los demás al grito de “a que no me conoces, a que no me conoces”. Por las calles actuaban las ya citadas estudiantinas y las comparsas, con su repertorio cantado, formadas por trabajadores agrícolas y de distintos oficios.

El 21 de febrero de 1901, en un artículo firmado por Dr. Minuto y publicado en el periódico El Adalid Lucentino, se escribía que en el Carnaval de ese año “nada hemos visto sino variados disfraces, todos sin pizca de ingenio, improvisadas comparsas, y algunos que con sus barbaridades nos daban la lata”. En el primer día de Carnaval, debido a la lluvia, no aparecieron hasta la noche los disfraces y las comparsas, entre ellas una de niñas. A la vez, se celebraron bailes poco concurridos en los “casinillos”. En la tarde del segundo día gran número de máscaras, comparsas, la banda municipal y niños con confetis y serpentinas invadieron las principales calles y la plaza Nueva, “en la que de cuando en cuando, parecíamos escuchar la clásica serenata con la que festejan en los barrios a los que de nuevo se suicidan casándose en segundas nupcias”. Por la noche, destacó por su concurrencia el baile del Círculo Lucentino, que congregó a la “aristocracia de Lucena”. El tercer día “el número de máscaras [fue] mayor que en el anterior, mucho vino y más borrachos, mayor gasto de confetis y serpentinas”. Ese día, el alcalde prohibió los bailes “en los tabernuchos”, sin embargo el del Círculo Lucentino congregó a igual número de personas que la noche precedente, y “como en los días anteriores, [no hubo] ningún incidente de importancia, pero sí algunos estacazos”.

La crónica más completa y detallada del Carnaval de Lucena publicada antes de la Guerra Civil la hemos localizado en el semanario La Voz, en su edición del 8 de marzo de 1906. Se titulaba “La cola del Carnaval” e iba firmada por ¿Me conoces?, que era la típica pregunta que, con el “a que no” por delante y con la voz chillona, hacían las máscaras a las personas no disfrazadas que las observaban por las calles. La crónica comenzaba el segundo día de Carnaval, señalando que el tiempo fue “frío, ventoso y desagradable”, “con nutridos chaparrones”, por lo que a las cinco de la tarde se encontraban en la plaza Nueva “refugiadas en los portales de las casas y establecimientos de recreo varios centenares de máscaras contrariadas, mojadas, zurraposas, que renegaban de los aguaceros que les aguaban la fiesta, si bien [este hecho] no les quitó las ganas de bromear…”. A consecuencia de las inclemencias de ese día, los bailes en el Casino Universal y en el Círculo Lucentino no estuvieron tan concurridos como la jornada anterior. En este último, al periodista le llamaron la atención “entre todas las máscaras, dos señoritas disfrazadas de cazadoras con sus escopetitas a la espalda, no faltándoles más para completar su indumentaria que algunos galgos o podencos que las siguieran… También agradaron y distrajeron mucho tres enmascarados con tres cabezas de viejas lugareñas de tipos copiados del natural divinamente, con sus zagiejos [sic] de color, sus rizos a la cara, sus mellas en la dentadura y sus muecas tan naturales como diversas”.

El periódico continuaba su crónica del Carnaval describiendo el Domingo de Piñata de la siguiente manera:

Como el tiempo, a partir del martes mejorase notablemente, cuando llegó el domingo que igual que el sábado fue un día primaveral, se dijeron los devotos de Momo: ¡llegó la nuestra!

Y con efecto, desde la mañana recorrieron las calles la estudiantina “Unión Filarmónica” y la comparsa “Los diablos”, llamando en esta la atención una hermosísima barbiana, que montada en una caballería menor, atraía las miradas de todo hombre, por sus ojos rasgados, bellísimos, su nariz de magnífico corte, su boca, su frente, en fin, una cara dislocante velada por una gasa blanca. Con seguridad, que si la ve el Morki, ese representante de África en Algeciras, le hace proposiciones para que formase parte de su serrallo o de su amo el emperador. A estas horas ya estará aquella hermosa ocupada en sus faenas agrícolas como sus compañeros los demás diablos de la comparsa.

A las cinco de la tarde se veían en la Plaza Nueva, en sus inmediaciones y en todas las calles, más máscaras que el mejor día de Carnaval, y a partir de esa hora hasta la noche, la animación fue en crecendo [sic] así como en aumento fue el tiroteo de huevos que contra el público y contra los de un balcón inmediato sostenían unos jóvenes de ambos sexos a la entrada de la Plaza por la calle de las Torres.

Al anochecer, roncos y roncas, rendidas y rendidos de tanto gritar y bromear, se fueron retirando más o menos serenos ellos y ellas, con ánimos de serenarse y tomar bríos para los bailes. Estos estuvieron sumamente animados tanto en el “Círculo Lucentino” como en el “Universal”, si bien entendemos no debe darse nombre de baile al celebrado en el primero de dichos centros de recreo, pues donde se ven reunidas unas trescientas máscaras perfectamente disfrazadas, bellísimas, hermosas, y sólo bailan dos o tres parejas, no sabemos por qué se ha de dar el nombre de baile a esos espectáculos, en los que no nos explicamos qué hace la juventud masculina al no procurar obsequiar por su prestación para el baile a tantas distinguidas y bellas jóvenes como esas noches a él concurren y de él se marchan hartas de pasear, pero en ayunas de los esencial a esa edad, el baile.

En el Universal, ocurrió lo contrario, o sea, que no solo sobró quien las bailara, sino que vimos lo que desde hace años vemos, que tan poco nos gusta, el baile entre dos hombres, cosa que repetimos, jamás nos agradó y aún menos cuando sobran mujeres a quien bailar. Y basta de sermón.

Cuando a las cuatro de la mañana abandonamos el ruidoso espectáculo, nos decíamos: En verdad que es casi milagroso que, dado el gran consumo que allí se había hecho de bebidas, el disfraz, y el diablo de ellas revueltas con ellos, no ocurran graves lances…

Por su componente transgresor y libertario, poco amigo de los convencionalismos sociales, el Carnaval contó desde sus orígenes con la animadversión de ciertos sectores conservadores e integristas, que lo consideraban una fiesta pecaminosa e indecente, ajena a las tradiciones católicas. Desde esa concepción, la Revista Aracelitana del año 1915 recoge en su crónica local la celebración del Carnaval e invita a las autoridades a que tomen medidas para impedir las inmoralidades que a su juicio se producen. La revista refleja su opinión sobre esta fiesta, con escándalo evidente, de la siguiente manera:

Sin ningún incidente de mayor cuantía, fuera de alguna que otra carrera, con los sustos de rigor, provocada por cualquiera que se sentía valiente después de haber ingerido más que regular cantidad de mosto, transcurrió el Carnaval en Lucena. Nada notable ha podido observarse en comparsas ni en máscaras, que revelara algo de buen gusto e ingenio; las antrosas máscaras de siempre y las comparsas, como en años anteriores, cantando coplas de una indecencia incalificable. También hemos observado que con general escándalo se han exhibido por esas calles, luciendo cínicas desnudeces, ciertos tipos que no sabemos por qué aquí se permite [que] salgan de sus habituales guaridas. Repasando nuestro oficio de periodistas, la prensa de provincias, hemos visto las disposiciones que las autoridades han dictado en estos días para evitar estos abusos que lamentamos aquí donde por una incalificable complacencia disfrutan ciertas gentes de una libertad incompatible con la pública moralidad y con los derechos del honrado vecindario. Y mucho más de extrañas son estas cosas en Lucena, donde las funciones de la autoridad se ejercen por personas cuya honorabilidad y rectitud de intenciones ni siquiera cabe poner en duda por un momento.

El 15 de febrero de 1923 el periódico Patria describía el Carnaval en Lucena con enorme añoranza de la animación que había vivido en los años pasados y lo consideraba una fiesta en decadencia. Señalaba que el primer día, “propio del febrerillo el loco, resultó desagradable en extremo, frío de temperatura y de animación en la fiesta. Una comparsa de Puente Genil, una docena de máscaras, vulgares, y pare V. de contar. Ni una estudiantina, ni música en nuestros paseos, ni bailes en los casinos”. El segundo día, “despejado de nubes”, se encontró más animación en la plaza Nueva y por la noche hubo bailes de máscaras en las sociedades Juventud Monárquica y Círculo Católico. El tercer día, aunque existió más animación debido al buen tiempo, “se notó la falta de esas notas simpáticas del arte propias de este género de festival, la música y las estudiantinas”. Aun así, “las bellezas lucentinas, que lucieron caprichosos disfraces, recorrieron calles y paseos, como bandadas de alocadas avecillas, nota alegre de expansión juvenil, que nos hace olvidar las preocupaciones de la vida”. En cuanto a los bailes, el de la Juventud Monárquica resultó “concurrido, alegre y sin incidentes” y el del Círculo Lucentino se celebró “con la esplendidez, lujo y orden que son característicos de esta culta Sociedad”.

Algunas de las coplas del Carnaval lucentino cantadas por las comparsas con anterioridad a la Guerra Civil, que recogimos hace más de 25 años de mujeres que habían vivido aquella época y las recordaban aún, eran bastante ingeniosas. Valga de ejemplo la siguiente, referida a la construcción de la torre del Ayuntamiento en 1928 y al reloj que la coronaba:

Una torre edificada en medio de la población, / construida en dos campanas para su repetición. / El reloj que la promedia a estilo capital, / construido en cuatro esferas y “toas iluminás”. / Pero a las doce del día se ve una bola bajar / diciéndole a todo el mundo que ya es hora de almorzar. / Las horas son “pa” nosotros, / las medias “pa” los concejales / y los cuartos para el alcalde.

Otras composiciones, como esta, tenían un contenido más social y crítico:

Esto es una pena, esto es un dolor, / que el que no trabaja se coma el jamón.

Y también había lugar para los repertorios picarescos:

Conozco a una niña modista muy lista / que tiene un novio aviador, / que tenían los dos pasión y amor en su corazón. / Pero un día el novio salía para dar un vuelo en el avión / y la niña dice llorando: “Yo quiero ir volando dentro del avión”. / De pronto la sube, le mete la marcha al motor / ¡Con qué placer y gusto iban los dos! / Y el aparato marchaba y volaba, / pero se incendió el motor / y temiendo el peligro el bicho aterrizó.

La llegada de la II República en 1931, con su nuevo clima de libertades, supuso una época de auge para el Carnaval lucentino. Algunos de los letristas se hicieron muy conocidos, como Bartolo, Aquilino el del Acordeón, el Tío del Tururú y el Regaera, y los libretos (cuadernos de letrillas) de sus comparsas se vendían a una perrilla (la décima parte de una peseta). Sin embargo, el Carnaval del año 1933 se vio empañado por un crimen ocurrido el Domingo de Piñata. Francisco Gómez Pino “La Lombriz”, una persona de pésimos antecedentes –años antes había asesinado a un hombre y tenemos datos de que ya en 1904 había ingresado en prisión (El Adalid Lucentino, 20 de septiembre de 1904)– mató en la calle Ancha, de una cuchillada, a José Pérez Jiménez, Pepe el de La Partera, que iba disfrazado junto con un grupo de amigos. El asesino huyó, pero en la calle Juan Blázquez una pareja de la Guardia Civil que lo perseguía consiguió acorralarlo y, tras un intercambio de disparos, lo hirieron. Al calor del tumulto se concentró una gran cantidad de gente que, encolerizada, intentó rematarlo, por lo que hubo que pedir refuerzos. Al ser trasladado a la Casa de Socorro, Francisco Gómez murió (Ideal, 6 y 13 de marzo de 1933). El entierro fue multitudinario y la indignación general llevó incluso a que el concejal socialista Rafael Lozano Córdoba solicitara que constase en acta el sentimiento de la Corporación municipal por este asesinato y que se le concediese a la familia un donativo de 150 pesetas, lo que se aprobó por unanimidad (Libro de Actas del Ayuntamiento, 6 de marzo de 1933).

El Carnaval siguió celebrándose en Lucena en los tres años siguientes con normalidad, sin que este crimen alterara en lo más mínimo la fiesta, según nos demuestra la documentación histórica. El 26 de febrero de 1934, los libros de actas del Ayuntamiento hablan de “un informe de horas extraordinarias dadas por los Guardias Municipales durante los tres días de Fiesta de Carnaval y Domingo de Piñata”; y el 1 de marzo de 1935 recogen una “autorización para instalar puestos, etc. en la Plaza de la República [actual plaza Nueva] para las Fiestas de Carnaval”.

En 1936 es la prensa la que nos informa de las celebraciones. El semanario lucentino Ideales, en su número del 24 de febrero, señalaba que «en la mañana de ayer fue publicado un bando de esta alcaldía (…) autorizando los disfraces en esta festividad (…) Anoche se celebró en el Teatro Principal un baile del Círculo Mercantil, que tiene proyectado otro para mañana y un tercero el próximo domingo con piñatas y premios (…) Dos o tres comparsas, tipo de murgas, recorren las calles”. El 29 de febrero este mismo periódico cita los bailes de máscaras “durante los días de Carnaval y ayer domingo de Piñata (…) con bastante animación en el Círculo lucentino y en el Teatro Principal. En el de la tercera noche, se designó un grupo de bellísimas señoritas y de entre ellas se eligió por votación a Antoñita Delgado, que se la designa con el nombre Señorita Círculo Mercantil”.

Ilustración artículo Carnaval (1)

La normalidad con la que se celebraba el Carnaval se rompió con el golpe de Estado del 18 de julio de 1936. El 5 de enero de 1937, en plena Guerra Civil, una orden publicada en el Boletín Oficial del Estado prohibió el Carnaval en la España franquista, dentro de la cual se encontraba Lucena. El objetivo era borrar de la vida pública y social todas las tradiciones y manifestaciones festivas que se alejaban de las convicciones patrióticas conservadoras y de la devoción religiosa, como ocurría con los carnavales, que cada febrero habían contado con el rechazo pastoral eclesiástico y que no volverían a celebrarse en Lucena hasta 1986, casi cincuenta años después. El periódico católico lucentino Ideales, en su edición del 28 de febrero de 1938, aplaudía la prohibición de las fiestas de Carnaval, a las que acusaba de impías, malas, demoniacas y criminales, de la siguiente manera:

Ahora, cuando vaya nuestro recuerdo a los años pasados, después de transcurridos los dos de la Cruzada sin la mancha ominosa de la fiesta impía, podremos darnos cuenta más cabal de la magnitud de la ofensa a Dios que suponía aquella semana dedicada con delectación a cometer toda clase de pecado. Ahora, juzgado aquello con la serena frialdad que surge de comparar estos tiempos de penitencia con los otros de maldad (…). Porque como la hemos conocido los que ahora vivimos, era un verdadero aquelarre demoníaco (…). Todas las manifestaciones del crimen contra Dios, contra la Religión y aun contra el prójimo, parecía como si se concitasen para una labor común (…). [Cuando] cantemos los himnos de la resurrección y la victoria, vayan acompañados del propósito firme de ayudar a Franco para que, con la gracia de Dios, terminen todos los Carnavales de España.

Foto carnaval

Los asistentes a un baile de carnaval, aún cubiertos de papelillos, posan en las escaleras del Casino de Lucena en ¿1931? Las personas que hemos podido identificar son las siguientes: 1. Araceli Torres Pino 2. Nati o Lourdes Moreno Lara 3. ¿Pura Moreno Lara? (esposa de Abundio Aragón) 4. ¿Eduarda Álvarez? 5. Antonio Mora Escudero 6. Araceli Mora Escudero 7. Carmen Torres Torres 8. Teresa Gómez Ramírez (esposa de Rafael Moreno Lara, farmacéutico) 9. Antoñita Mora 10. Araceli Moreno Lara (casada con Agustín Pérez Arroyo, farmacéutico) 11. Abundio Aragón 12. Miguel Gómez Ramírez 13. Perico Chacón 14. Elvira Chacón 15. Nati o Lourdes Moreno Lara (esposa de Francisco de Mora Escudero) 16. Felipe Moreno Lara (casado con Antoñita Mora) 17. Antonia Ruiz de Castroviejo (esposa de Antonio Cabrera) 18. Antonio Cabrera Valdelomar 19. Pepe de Mora Jiménez (bodeguero) 20. Pedro Mora Romero (bodeguero) 21. ¿Pura Mora?

Presentación en Sevilla de «El Carnaval sin nombre», de Juan Carlos Aragón

El Carnaval sin NombreA continuación reproduzco el texto de mi intervención en la presentación del libro El Carnaval sin Nombre. Ni Mayor el Arte ni Selecta la Chusma, de Juan Carlos Aragón. El acto se celebró en la librería Beta Imperial de Sevilla, el 14 de diciembre de 2012, tras su presentación en Cádiz dos días antes, e intervino también el periodista Fede Quintero.

Presentación "El Carnaval sin Nombre" (Sevilla)

Me he leído el libro de Juan Carlos Aragón, El Carnaval sin nombre, unas cuantas veces, y lo volveré a leer alguna vez más. El motivo es muy simple: este es el ensayo más serio y profundo que se ha escrito sobre el carnaval de Cádiz. El ensayo es un género literario muy difícil, con el que pocos escritores se atreven. Consiste fundamentalmente en una serie de reflexiones, casi siempre críticas, en las que el autor plantea su postura ante un tema determinado. Traducido a lenguaje carnavalesco, significa que el autor debe mojarse con lo que escribe, y en eso Juan Carlos es un experto consumado. Si se me permite la expresión, siempre se ha mojado más que los carajos de La Caleta, ya que optó por el compromiso desde su primera estrofa carnavalesca. Sin embargo, el compromiso no es un camino fácil, y menos si se intenta emprender en solitario. Afirma Juan Carlos que cuando alguien se tira al agua de la piscina los demás le quitan el agua para que se estrelle. Y lleva razón. En su libro podemos observar cómo aquellos que han intentado la dignificación social, económica y artística del carnaval han acabado casi siempre con el agua al cuello o peor, directamente ahogados.

El Carnaval sin nombre es el tercer libro de Juan Carlos Aragón. Los dos anteriores son un poemario, La risa que me escondes, y otro libro de ensayo, El Carnaval sin apellidos. En ambos géneros literarios, poesía y ensayo, Juan Carlos se mueve con la misma soltura, metafóricamente hablando, que Joaquín Quiñones en un tanatorio o que Iñaki Urdangarin administrando una caja de caudales de un organismo público. La poesía y el ensayo, al igual que el carnaval, exigen al menos dos ingredientes básicos: la lírica y la crítica, y en las dos Juan Carlos es un maestro incuestionable. Si a ello le añadimos su estilo cuidado y elegante, su destreza para utilizar la sátira y la ironía, y su habilidad para jugar con las palabras y las ideas, tenemos ya algunos de los factores que influyen en que este nuevo libro, El Carnaval sin nombre, sea de nuevo una auténtica expresión de inteligencia, arte, y rebeldía, tres calificativos que suelen ir unidos, aunque no siempre por ese orden, a cualquier manifestación creativa de Juan Carlos Aragón.

El Carnaval sin nombre es un libro marcado por la honestidad intelectual y por la coherencia, en el que el autor dice lo que piensa y no lo que la gente quiere oír. Por tanto, ni es políticamente correcto, ni es hipócrita ni se queda en indefiniciones ni en medias tintas. Esto de decir lo que se piensa, en carnaval y fuera del carnaval, es y ha sido casi siempre un acto revolucionario que cada vez se practica menos. Como bien señala Juan Carlos, aunque los autores de carnaval dicen lo que piensan, lo que ocurre es que la mayoría de ellos “no piensan, piensan muy poco o no quieren pensar”, y en consecuencia, “o no dicen, o dicen muy poco, o no quieren decir”.

Juan Carlos Aragón piensa que la esencia del carnaval es la voluntad de transgredir, de poner en cuestión las normas, las tradiciones y los convencionalismos sociales. Y si no es así, si no existe transgresión (como ocurre por desgracia muchas veces en la actualidad) el carnaval se queda sin nombre y sin apellidos, y lo que es peor, sin sentido, porque lo que lo define como tal no existe. Por tanto, no podemos llamar carnaval a unas letras que se acobardan ante el poder, que no ponen en jaque al sistema en el que vivimos y que se recrean con devoción en el piropo, la lágrima, el chovinismo, el galanteo y la esquela mortuoria. Y encima, los que hacen esto dicen que cantan por Cai, cuando más bien parece que están cantando el guion de una telenovela mejicana de las que echan a la hora de la siesta.

Juan Carlos Aragón, en este libro y fuera de este libro, se ríe hasta de su sombra, y por supuesto de la sombra de los que se ríen de él, por eso ha asumido como propia y con orgullo la palabra “chusma”, que es el calificativo que tradicionalmente han dado las clases sociales reaccionarias a los hacedores o seguidores del carnaval. Lo mismo que a lo largo de la historia en nuestra sociedad han existido siempre conservadores y progresistas, y partidarios de mirar atrás y de mirar hacia delante, esta chusma no es un cuerpo social único, sino que se divide en dos, selecta y profunda, en función de su actitud ante el carnaval. La chusma selecta defiende con orgullo ideas y valores contrarios a los de las clases reaccionarias, es de mentalidad abierta, amiga de la novedad, enemiga del fanatismo, sensible, racional y crítica. En contraposición, existe la chusma profunda, que es defensora ciega de la tradición, purista, añeja y recelosa ante la novedad. Su defensa de lo viejo le lleva a reproducirlo una y otra vez, sin plantearse innovar o crear, con lo que tiende a homogeneizar la forma de hacer carnaval en detrimento de la renovación y la modernización del concurso.

El problema no es la existencia de dos chusmas, sino que la chusma profunda, con sus cortas miras y sus bajas pasiones, maneja en la actualidad, como si fuera una marioneta de feria, todos los hilos del tinglado carnavalesco. Aunque no es mayoría, esta chusma utiliza mecanismos de fuerza para imponerse, con prácticas que la convierten en una entidad mafiosa y despreciable. Con sus actitudes y sus chanchullos, la chusma profunda es la que ha dejado al carnaval sin nombre y es la culpable de que no sea un arte mayor. Juan Carlos nos describe, con todo lujo de detalles, de qué manera sus tentáculos se extienden como las polillas de los muebles viejos por todos los ámbitos carnavalescos, desde la asamblea de los antifaces de oro a las peñas, desde las redes sociales a la prensa. Así, dentro de la chusma profunda se crean múltiples fenómenos enfermizos, como el del autor ególatra o el del concursista, que no canta lo que le gusta a él ni se atiene a criterios que tienen que ver con el espíritu del carnaval, sino que hace lo que le gusta a los jurados y calla ante los poderes públicos porque son los que luego lo pueden contratar.

Juan Carlos nos advierte de que uno de los fines de la chusma profunda es sublimar lo mediocre para empequeñecer lo sublime, con la pretensión de que los suyos, que son mediocres, puedan conseguir algo de gloria. Por tanto, su principal objetivo es la intervención en el concurso, ya que controlando el concurso puede dar premios y quitarlos, levantar y derrumbar ídolos, poner jurados caracterizados por su incompetencia, su imprudencia y su sentido vengativo, y conseguir que algunos de los jóvenes talentos que podrían despuntar abandonen o tengan que entrar por el aro. En definitiva, si existiera la fiscalía de delitos carnavalescos, a estos representantes de la chusma profunda habría que ponerles una querella de esas que ya la quisieran para sí los terlulianos del Sálvame Diario.

Foto presentación Juan Carlos Aragón (Sevilla)Quiero terminar mi intervención contestando a la supuesta pregunta que alguien me podría realizar de por qué sería necesario leer este libro. He dado con anterioridad sobrados argumentos para aconsejar su lectura, pero creo que el principal es que es una radiografía completa y demoledora de lo que se cocina, se cuece, o mejor, se achicharra dentro del carnaval, sin olvidarse de qué o quiénes son los responsables de tanto desaguisado. A pesar del diagnóstico tan certero que realiza del carnaval, que es casi de enfermedad terminal con respiración asistida, el libro no está escrito desde el derrotismo, sino desde el amor a la fiesta y sin renegar de ella. Sin embargo, este es un amor sincero, que no está cegado por la pasión sino guiado por la razón, y en consecuencia sabe valorar en su justa medida las virtudes y los defectos, los claros y las sombras, los amigos y los enemigos que habitan entre la fauna carnavalesca. Juan Carlos ha hablado mucho en este libro, como sólo él sabe hacerlo, con arte mayor y con lenguaje selecto, con sabiduría y con estilo, con valentía y con inteligencia, desmenuzando la realidad hasta límites insospechados. Pero aún así, no lo deja todo dicho, porque la última palabra nos la ha regalado a los lectores. Después de su lectura, los aficionados también tendremos mucho que decir y, sobre todo, mucho que hacer, pues sus planteamientos no van a dejar indiferente a nadie. Además, con este libro no va a pasar como con La Serenissima. Les aseguro que casi todo el mundo lo va a entender.

Enlaces de interés

Noticia de la presentación en Niuyorkai

Noticia y audio de la presentación en Pito de Carnaval

Fotos de la presentación en Niuyorkai

Otras fotos de la presentación