Cuando finalizó la guerra civil española el 1 de abril de 1939, un sector minoritario de los vencidos continuó la resistencia armada contra la dictadura franquista, un fenómeno similar al que se produjo también durante esos años en otros países europeos sometidos a la invasión de la Alemania nazi durante la II Guerra Mundial. La guerrilla se nutrió fundamentalmente de personas que esquivaban la represión desatada por el régimen de Franco en la posguerra. Individuos comprometidos con los partidos políticos republicanos o de izquierda y con los sindicatos obreros huyeron o se echaron a la sierra para escapar de las torturas, las detenciones, las cárceles y los fusilamientos. Da idea de la importancia de la actuación de la guerrilla en España que al menos 3.500 de sus miembros murieran en la posguerra (220 de ellos en Córdoba) y unos 1.500 enlaces (paisanos) cayeran abatidos solo en el trienio 1947-1949 por la ley de fugas (asesinato de un preso por las fuerzas de orden público alegando que intentaba fugarse). En Córdoba, tras un primer periodo de desorganización, y coincidiendo con una gran oleada represiva desatada por las autoridades franquistas en los pueblos, en 1940 ya se habían configurado importantes partidas guerrilleras en el norte de la provincia (Montoro, Villanueva de Córdoba, Belalcázar, Villaviciosa, etc.) que prosiguieron una intensa actividad hasta los años cincuenta.
De la lucha contra el movimiento guerrillero se ocupó fundamentalmente la Guardia Civil, que en un principio acosó a las partidas mediante la persecución directa con batidas y expediciones por los campos. En 1946, coincidiendo con el aislamiento internacional de la dictadura franquista, la guerrilla cordobesa vivió una etapa de auge, pero en 1947 se desató una persecución indiscriminada y violenta, amparada en el Decreto-Ley sobre Bandidaje y Terrorismo, que golpeó sus bases de apoyo hasta acabar por completo con los últimos resistentes por medio de la ley de fugas, los sobornos, y el exterminio de enlaces, familiares y guerrilleros, etc.
El historiador Francisco Moreno Gómez nos aporta algunos datos fundamentales sobre Rute y la guerrilla en sus libros Córdoba en la posguerra. La represión y la guerrilla (1939-1950) y La resistencia armada contra Franco. Tragedia del maquis y la guerrilla. Según este autor, la primera noticia sobre la guerrilla relacionada con Rute se produce el 9 de octubre de 1946, cuando un delator condujo a la Guardia Civil hasta un chozo del barranco de las Cañas, en la localidad de Villaviciosa, donde se ocultaban varios maquis. En el enfrentamiento murieron dos guerrilleros, uno de ellos ruteño, Juan Antonio López Piedra, conocido con el apodo de Maquinilla, que había vivido en un cortijo de Los Chopos. Más tarde, en el año 1948, el periódico clandestino del partido comunista Mundo Obrero publicó la muerte por aplicación de la “ley de fugas” del campesino Manuel Gutiérrez Jiménez, de 29 años, que aparece inscrito en los libros de defunciones del Registro Civil de Rute como fallecido el 21 de mayo “por heridas de armas de fuego”. En el mismo año 1948 el “Medallero” de la Guardia Civil informaba de la muerte, sin precisar la fecha, del Ratillo, un guerrillero solitario, en la Cueva de los Grajos de la sierra de Rute, al ser linchado por un grupo de guardias civiles y de personal voluntario de Iznájar tras una persecución por la zona. El 12 de mayo ya había caído también abatido el ruteño Pedro Gómez Jurado, de 35 años, en la finca Aljaraba de Hornachuelos, sin que conozcamos más información sobre las circunstancias de su muerte. Al menos cuatro ruteños murieron, por tanto, en la década de 1940 por su relación con la guerrilla.
En el año 1950 se produjo una incursión en el sur de Córdoba de guerrilleros granadinos, cuyo jefe y algunos miembros eran oriundos del municipio de Algarinejo. Mandaba la partida Antonio García Caballero, apodado Marcos, quien se había enrolado en el maquis tras ser detenido y torturado por la Guardia Civil por su pertenencia a una célula clandestina del partido comunista. Los guerrilleros aparecieron en Rute a finales de mayo y, en un principio, se refugiaron en el cerro El Borbollón, frente al cortijo de Los Aguilares. Uno de sus primeros objetivos consistió en conseguir enlaces en Rute. El papel de los enlaces o colaboradores resultaba fundamental para la supervivencia de los guerrilleros, ya que debido a su conocimiento del terreno proporcionaban previo pago no sólo víveres, sino también información sobre los movimientos de la Guardia Civil o la identidad de sus confidentes, la situación de polvorines o de líneas de alta tensión, los lugares de refugio, los nombres de falangistas, etc.
En la calle Roldán Nogués de Rute (actual calle Toledo) vivía Rosario García Caballero, hermana de Antonio y de Miguel, uno jefe y el otro miembro de esta partida guerrillera. El día 24 de mayo con un desconocido le mandaron a su marido, el agricultor socialista José María Cobos Caballero, una nota en la que le decían que se presentara para verse esa noche en una cebada del cortijo Clarón, situado en dirección hacia el actual pantano de Iznájar. Cuando José María se personó allí, se reunió con sus dos cuñados, que le entregaron mil pesetas para que al día siguiente les llevara comestibles. Cuando volvió con la mercancía, le pidieron que se incorporara a la partida, a lo que se negó, y que les siguiera suministrando víveres, a lo que también se opuso, aunque se comprometió a buscar quien lo hiciera. Así que avisó a Antonio Alba Carvajal (que ya conocía a sus cuñados) y a Gumersindo Bueno Reina, y se presentó en la noche del 26 de mayo con ellos. Parece que Antonio Alba no se ofreció como enlace, a pesar de que le entregaron 50 pesetas, pero sí se avino a serlo Gumersindo Bueno. La partida también consiguió que ejercieran como enlaces Miguel Borrego del Cabo, conocido con el apodo de Miguelillo o Peque, y el antiguo combatiente republicano Diego Porras Piedra, a quien apodaban el Tuerto.
Si nos atenemos a la dispersa información que hemos obtenido, la primera incursión de los guerrilleros por esta zona de la Subbética cordobesa se produjo en el mes de marzo, cuando la partida de Marcos disparó al propietario José Cárdenas y a su esposa en la finca El Pontón, de la aldea de Las Huertas de la Granja, dentro del término de Iznájar. A finales de mayo los guerrilleros tuvieron un encuentro con un guarda rural de la sierra del Morejón, al que raptaron durante una jornada tras robarle la carabina. A los pocos días la partida de Marcos secuestró en el término de Priego al falangista Manolo Osuna, propietario del cortijo de la Dehesa de Vichira, por el que obtuvieron un rescate de 70.000 pesetas. También, intentaron robar en la tienda y en el bar del falangista Antonio Piedra Tejero, que había ejercido de alcalde pedáneo de la aldea ruteña de Los Llanos de Don Juan entre 1937 y 1940. No sabemos si también pretendían matar al dueño, que pudo escapar después de esquivar un disparo.
El 18 de junio de 1950 la partida guerrillera asesinó, en un camino cercano al cortijo Los Toledanos, en la aldea ruteña del Nacimiento de Zambra, al propietario Juan Manuel Rodríguez Ortega “Rubio Beteta”, de 82 años. Según la declaración posterior ante la Guardia Civil de un miembro de la partida, Antonio Extremera Corpas “Lucio”, sospecharon que los había visto y que podría denunciarlos, así que salió “Marcos” en su persecución para conducirlo hasta donde ellos se encontraban. Hubo una lucha entre ambos y Juan Manuel Rodríguez tiró una piedra a “Marcos”, por lo que este le disparó y lo mató. Otro de los guerrilleros que presenció el encuentro, Manuel Trassierra Ordóñez “Hilario”, declaró en esencia igual, pero estas declaraciones parece que tergiversaron lo que en verdad ocurrió.
La versión sobre la muerte de Juan Manuel Rodríguez que pudimos recabar en 2004 de una de sus nietas es muy distinta a la de los dos guerrilleros anteriores. Según su testimonio, su abuelo mantenía un estrecho contacto con la Guardia Civil, a la que permitía que comiera y durmiera allí cuando realizaba labores de vigilancia por la zona. Esto no pasó inadvertido para la partida, que contaba con la permisividad de otros agricultores cercanos que hacían la vista gorda ante su presencia, así que pensaron en darle un escarmiento. En las afueras del cortijo los guerrilleros retuvieron a los barcinadores y esperaron la salida de Juan Manuel Rodríguez, quien cada tarde daba una ronda por sus campos montado en una yegua. Lo abatieron a las seis de la tarde de siete disparos y lo remataron machacándole la cabeza con unas piedras. La familia del difunto avisó al cuartel de Zambra, pero solo se encontraba el guardia de puertas. En consecuencia, la Guardia Civil de Rute se personó en el cortijo a la una de la madrugada, aunque no se acercaron al cadáver hasta el día siguiente por temor a que los maquis les tendieran una emboscada.
De acuerdo con la causa 362/50 que se conserva en el Archivo del Tribunal Militar Territorial II de Sevilla, el día 22 de junio a las cuatro de la tarde, el comandante de puesto del cuartel de Rute, Manuel Conde Centeno, recibió órdenes superiores para dar una batida por los olivares de la finca el Pamplinar, el margen derecho del río Genil y el cerro de La Mezquita, pues se habían recibido informes confidenciales que afirmaban que hacia esos lugares se dirigía la partida de guerrilleros. Los guardias se dividieron en dos grupos, mandados por el teniente Conde Centeno y el brigada Antonio Escudero Martínez. A las ocho de la tarde, cuando el grupo del teniente Conde se encontraba a unos cuarenta metros de la cima del cerro de La Mezquita, los guerrilleros dispararon contra ellos y se inició una refriega que duró un par de horas. A las diez de la noche, dos guardias consiguieron abatir a un guerrillero que huía al encontrarse en una zona más baja, Miguel Borrego del Cabo, de 39 años, que se había incorporado a la partida principios de junio, al que lograron detener herido. Al amanecer del día 23 los guardias asaltaron la cima del monte, pero solo encontraron a un guerrillero muerto, José Centurión Jiménez, y huellas de que alguno más había resultado herido. Al cuerpo de José Centurión lo pasearon terciado en los lomos de un mulo por las calles de Rute hasta que llegó al cuartel. Según la autopsia, realizada por el médico Laudelino Cuenca Heras, un disparo en la zona del cuello le causó una abundante hemorragia y la muerte, pero mucha gente al ver el cadáver pensó que se había suicidado con un corte de navaja para no caer vivo en manos de sus captores.
De acuerdo con los testimonios recabados en Rute en 2006, tras la muerte del guerrillero José Centurión se personaron en el pueblo sus primos Ángel Centurión Hernández, capitán del ejército oriundo de Canarias, y Antonio Centurión, capellán militar. Cuando descubrieron que lo habían inhumado en el cementerio junto a un perro de la Guardia Civil, tuvieron un altercado con el teniente Manuel Conde Centeno y consiguieron que se desenterrara el cadáver de la fosa común del cementerio civil y que se le diera sepultura en una tumba individual en el camposanto católico. Se comenta en Rute que por haber permitido el entierro junto al perro, a los dos párrocos, los hermanos mellizos Manuel y Francisco Bioque Moreno, los desterraron o los trasladaron. Sin embargo, esta afirmación hay que tomarla con las debidas precauciones, pues Manuel Bioque Moreno, párroco de Santa Catalina y arcipreste, murió en 1952 en Rute; mientras que Francisco, párroco de San Francisco, falleció en 1961 fuera de la localidad, pero su ausencia se debió a causas ajenas a este suceso.

El guerrillero José Centurión Jiménez, muerto en un enfrentamiento con la Guardia Civil el 22 de junio de 1950.
El guerrillero José Centurión es un ejemplo de una vida truncada por el golpe de Estado y por la posterior represión franquista, según relata el historiador José María Azuaya Rico en su libro La guerrilla antifranquista en Nerja, (páginas 109, 127, 238 y 239) y me contaron su propio hijo y su nuera, Francisco Centurión Centurión y Rosario Sánchez Prados, en una entrevista personal que realizamos en noviembre de 2006. Antes de la guerra, José Centurión trabajaba sus propias tierras y había sido presidente del comité del partido comunista y alcalde pedáneo en el Río de la Miel, un anejo del municipio de Nerja, en la provincia de Málaga. Cuando las tropas franquistas conquistaron el pueblo, huyó y luchó en el bando republicano como guardia de Asalto. Al acabar la guerra lo encarcelaron durante tres años, parte de los cuales los pasó en la prisión de A Coruña. Al liberarlo, volvió a su casa en el Río de la Miel, una zona con sólida tradición izquierdista y uno de los principales enclaves de apoyo a la guerrilla en la costa, donde se producían frecuentes desembarcos de armas y guerrilleros procedentes de Argelia.
El ambiente era hostil para los retornados desde las cárceles, y José Centurión tenía que presentarse periódicamente en el cuartel de la Guardia Civil, donde con frecuencia lo maltrataban. En septiembre de 1947 lo detuvieron acusándolo de colaborar con la guerrilla, aunque fue liberado. Tras una nueva visita al cuartel, con paliza incluida, y ante el temor de que le aplicaran la ley de fugas, se incorporó en octubre a la guerrilla junto a dos primos y otros vecinos. En represalia, la Guardia Civil castigó a la familia metiéndole fuego a su casa y a la del hermano de su mujer, que tenía seis hijos, por lo que las familias tuvieron que asentarse en Nerja. Un hijo de José, José Centurión Centurión, había emigrado a Barcelona para trabajar, pero como le quedaban pocos días para incorporarse al servicio militar, regresó para despedirse de la familia. Su visita coincidió con el asesinato por la guerrilla de dos confidentes de la Guardia Civil, por lo que en venganza lo detuvieron junto a su tío Ramón Centurión González y a otros dos jóvenes, a los que asesinaron el 11 de marzo de 1950.
Como ya hemos señalado, en el enfrentamiento del cerro de La Mezquita, la Guardia Civil capturó al ruteño Miguel Borrego del Cabo, que resultó herido en un pie, la tibia y el peroné y la región lumbosacra. Atado de pies y manos, sufrió los interrogatorios en la cuadra del cuartel, al lado de los caballos, según el testimonio recogido en octubre de 2004 de Miguel Aceituno Rodríguez, testigo presencial de las torturas a través de un agujero de las tapias del recinto. De la tarea se encargaron tres guardias civiles que nada más entrar le pegaron un fuerte golpe en la pierna herida con la culata de un fusil, lo que desató los aullidos de dolor del preso, que arreciaron cuando se dedicaron a introducirle objetos punzantes entre las uñas de los pies. A Miguel Borrego sus captores lo eliminaron con rapidez, en la madrugada del día 24 en el cementerio, de acuerdo con testimonios recabados en Rute, aunque la autopsia señala una peritonitis como causa de la muerte. El Registro Civil, en este caso, vuelve a falsear la realidad, pues inscribe su fallecimiento por “herida de arma de fuego” dos días antes, el 22 de junio a las 10 de la noche, en “extramuros”, que son la misma causa, fecha, hora, y lugar con las que está anotado José Centurión.
La inhumación de los dos cadáveres, el de José Centurión y Miguel Borrego, se realizó el día 24 de junio, de acuerdo con un recibo de la depositaría municipal (por “entierro y gastos de autopsia de dos bandoleros”) firmado por el encargado del cementerio. Según la causa judicial 362/50, a la que nos hemos referido con anterioridad, su cuerpo fue enterrado “en el segundo patio del cementerio de esta localidad en fosa común situada a dos metros de la pared que da al Este y junto al ultimo nicho que existe en aquella hilera llevando el cadáver la ropa siguiente: cazadora, pantalón de pana, alpargatas blancas y camisa kaki”. El cuerpo de Miguel Borrego del Cabo fue enterrado en “fosa común situada a unos diez metros de la pared que da al Este junto al último nicho que existe en aquella hilera y viste chaqueta negra, pantalón gris, alpargatas blancas y camisa roja”.
Es muy posible que como consecuencia de las torturas, Miguel Borrego del Cabo delatara a los enlaces que les ayudaban por la zona y a otras personas que habían tenido encuentros fortuitos con ellos, circunstancia bastante frecuente, pues cuando los guerrilleros se topaban con personal civil solían retenerlo hasta el anochecer, para evitar que los denunciaran. Eso le había ocurrido a Cayetano Malagón Rabasco, de 20 años, y a Francisco Pulido Caballero, apodado Pingolongo, de 21 años, quienes habían coincidido con los doce miembros que componían en ese momento la partida mientras recogían esparto en la sierra de Rute, y hubieron de permanecer con ellos de forma obligada en la loma El Barranco durante unas horas. Mientras estuvieron retenidos, los guerrilleros aprovecharon para darles propaganda política, invitarlos a comer y proponerles que se unieran a la partida. Igual situación vivieron otras dos personas: Pedro Vadillo Arévalo, apodado Periquín, de 18 años, y su cuñado Francisco Molina Rodríguez, apodado Molinilla, de 29 años. La Guardia Civil los arrestó a todos el día 23 de junio, junto a Gumersindo Bueno Reina, de 58 años, y a Diego Porras Piedra, de 39 años. Solo los tres últimos habían actuado como enlaces, llevando comida en dos o tres ocasiones al cortijo Clarón y a la finca Los Espartales a cambio de dinero (entre 25 y 50 pesetas por servicio). Todos los detenidos eran jornaleros. En contra de algunos de ellos, además, jugaban sus antecedentes familiares republicanos. Al padre y a un tío de Francisco Pulido los habían fusilado en 1936 y otros dos tíos se hallaban en el exilio francés. Por otro lado, a Pedro Vadillo lo habían criado sus abuelos, ya que sus padres también se encontraban exiliados en el país vecino.
A los seis detenidos los internaron en la cárcel. Desde allí los llevaban de dos en dos al cuartel de la Guardia Civil para tomarles declaración. A Cayetano Malagón y a Francisco Pulido los interrogó por separado un brigada. Aunque ellos negaron los hechos que se les imputaban, el militar elaboró un informe en el que no tuvo en cuenta los testimonios de los dos arrestados. No los torturaron, pero al final, pistola en mano, el suboficial les obligó a firmar el atestado redactado por él, según el testimonio del propio Francisco Pulido recogido en julio de 2004. Gumersindo Bueno Reina y Diego Porras Piedra tuvieron menos suerte tras su paso por el cuartel, al que los habían trasladado a las dos y media de la tarde del día 24. A las 6,30 de la mañana del día 27 los condujeron a la loma del Barranco, con la presunta intención de realizar una rueda de reconocimiento por la sierra de Rute y les aplicaron la ley de fugas.
De forma oficial la “Relación de los servicios…” de la Guardia Civil informa del fallecimiento de estos dos vecinos de Rute de la siguiente manera: “Se dio igualmente muerte a dos peligrosos enlaces, guías de los mismos, que agredieron a la fuerza, intentando unirse a la partida”, lo que es incierto en su última parte pues los detenidos no agredieron a nadie ni integraban la partida. Según la causa 366/50 que se conserva en el Archivo del Tribunal Militar Territorial II de Sevilla, su muerte se produjo al intentar huir, pero hemos de tener en cuenta que iban esposados juntos con grilletes y estaban acompañados en ese momento por el brigada Anselmo Zarco Castillo y los guardias Francisco Carnenero Pérez, Emiliano Pinilla Valtuña y Anselmo Zarco Castillo, armados con subfusiles, lo que hace muy improbable que siquiera intentaran escapar. Para más inri, la autopsia de Gumersindo Bueno, realizada por el médico Laudelino Cuenca Heras, revela que su fallecimiento se produjo por disparo de arma de fuego con orificio de entrada por la región craneal frontal y salida por la occipital, lo que indica que se encontraba de rodillas o agachado y la persona que le dispara se hallaba de pie frente a él y a una distancia de pocos centímetros. No sería la única vez que la Guardia Civil de la línea de Rute aplicara la ley de fugas contra enlaces de la guerrilla en este año, pues otras dos personas, Juan Pérez Quintero y Rafael Jiménez Granados, murieron por la misma causa el día 13 de octubre en la fuente del Puerto del término de Carcabuey.
Los ruteños apresados por presuntamente colaborar con la guerrilla fueron trasladados a la cárcel de Córdoba el 13 de julio. En la prisión, el abogado defensor de los reclusos, el teniente de Artillería Manuel Luque Castilla, se entrevistó con los presos antes del juicio. Como los acusados habían negado los cargos que se les imputaban, el teniente les preguntó la razón de que hubieran firmado el atestado, en el que reconocían su colaboración con la guerrilla. Ellos respondieron que la única causa fue el temor a que los fusilaran, como a Gumersindo Bueno y a Diego Porras, si no lo hacían. El defensor, en ese momento los corrigió, y les dijo que “a esos dos señores no los habían fusilado, sino que les habían aplicado la ley de fugas”.
El día 27 de junio se detuvo también por presunta colaboración con la guerrilla a otras siete personas de Carcabuey: los caseros y un trabajador del cortijo La Umbría, en el término municipal de Priego de Córdoba. Eran Aurelia Trillo López, de 59 años, sus hijos Amador Castro Trillo, de 27, Esteban, de 30, y su mujer Ángeles Cabezuelo Roca, de 21; Manuel Caballero Rico (antiguo combatiente del Ejército republicano), de 36, y su mujer Adoración Hinojosa Pérez, de 29; y por último el trabajador Manuel Osuna Osuna, de 40 años. Los guerrilleros habían llegado al cortijo el día 11 de junio al mediodía y permanecieron hasta la noche. Allí invitaron a comer jamón a los caseros, les hicieron propaganda política y dieron 150 pesetas para medicinas para el hijo de Ángeles y Esteban, que estaba enfermo, otras 200 pesetas a Manuel y Adoración “para que les compraran ropa a sus hijos que los tenían en cueros”, y 50 al trabajador Manuel Osuna. Todos ellos, junto a los cuatro detenidos ruteños, fueron trasladados también el día 13 de julio a la cárcel de Córdoba, aunque la familia Trillo (Aurelia, Esteban, su hermano Manuel y su esposa Ángeles) consiguió la libertad provisional el 12 de agosto.
Se juzgó a los once, los cuatro de Rute y los siete de Carcabuey, el 12 de diciembre de 1950 en consejo de guerra (causa 366/50) por omisión de denuncia y ayuda a malhechores. El tribunal estaba presidido por el teniente coronel Joaquín Fernández de Córdoba y de vocales ejercían los capitanes José Cabello de Alba Gracia (de Montilla), Juan Serrano Machado y Juan de Rueda Serrano. El fiscal solicitó penas de seis meses a seis años de cárcel, y el defensor, el teniente Manuel Luque Castilla, seis meses para Francisco Molina Rodríguez y la absolución para el resto. La sentencia, bastante benévola, condenó a Francisco Molina a dos años de cárcel, a los otros varones a ocho meses y a las mujeres a seis.
En octubre de 1950, cuando el fenómeno guerrillero estaba en plena agonía, entró de nuevo en el sur de Córdoba la partida de Antonio García Caballero, en la que se integraban varios combatientes más: Miguel García Caballero «Vicente» (hermano del jefe del grupo), Rafael Mellado Montes «Mena», Francisco Pino Rodríguez «Paulino», Rafael Morales Ibáñez «Agustín», Manuel Trassierra Ordóñez «Hilario» y Salvador Roque García «Raúl», entre otros. Todos pertenecían a la 1ª Compañía del 6º Batallón de la Agrupación Guerrillera «Roberto» (Jorge José Muñoz Lozano, que acabaría fusilado en el cementerio de San José de Granada el 22 de enero de 1953). El 11 de octubre se batieron con la Guardia Civil en el término de Priego. Al día siguiente, ya en el término de Carcabuey, un nuevo tiroteo con la Guardia Civil causó la muerte del lojeño Antonio Molina Frías «Alfonso», heridas a Juan García Rosas «Horacio» (que consiguió huir) y la captura de Francisco Torres San Juán «Rubén». El día 13 volvieron a enfrentarse en la zona de Priego, cerca del cortijo El Soldado, y sucumbió el jefe de la partida, Antonio García Caballero. Su hermano Miguel murió con posterioridad a consecuencia también de un enfrentamiento con la Guardia Civil. La madre de ambos, que había sido encarcelada en represalia por la actividad guerrillera de sus dos hijos, fue puesta en libertad entonces, tras más de dos años de presidio en Granada.
Pocos días después, el 24 de octubre, se detuvo en Rute a tres personas acusadas de encubrir a estos guerrilleros, ya que no los habían denunciado a la Guardia Civil a pesar de haber mantenido un encuentro con ellos en mayo de ese año. Se trataba de un guardia rural apodado el Topillo (del que desconocemos su destino); el cuñado de dos miembros de la partida, el ya citado José Mª Cobos Caballero, de 45 años y con cinco hijos, que fue condenado a dos años de cárcel en la Prisión Provincial de Córdoba; y el albardonero Antonio Alba Carvajal, de 48 años, condenado a un año de prisión en el mismo consejo de guerra que José Mª por un tribunal presidido por el teniente coronel de Artillería Rafael Urbano Domínguez (el expediente judicial de ambos, que hemos consultado, se encuentra en el Archivo del Tribunal Militar Territorial II de Sevilla). Tras estos desastres del año 1950, la guerrilla se replegó a sus feudos de Granada y Málaga y no tenemos constancia de que realizara más incursiones, salvo alguna acción puntual, por Rute y las tierras del sur de Córdoba.