Baena, tercer municipio cordobés en asesinados en los campos de exterminio nazis

Si la vida resultó un drama para los republicanos que se quedaron en España al finalizar la guerra civil, los que se exiliaron también sufrieron múltiples penalidades y miles de ellos perdieron la vida en los campos nazis. En febrero de 1939, la caída de Cataluña en manos de las tropas franquistas originó la trágica desbandada de unos 500.000 civiles y militares que atravesaron la frontera con Francia. Entre ellos se encontraban algunos de los más de dos mil vecinos que habían huido de Baena tras la sangrienta toma del pueblo por las tropas franquistas el 28 de julio de 1936. Desarmados y vigilados por gendarmes y tropas coloniales, los refugiados españoles fueron hacinados en campos de concentración (Argelès-sur-Mer, Saint Cyprien, Barcarès, etc.) situados en las playas o en recintos improvisados, sin lugares de cobijo y rodeados de alambradas, donde en los primeros seis meses de reclusión fallecieron al menos 14.617.

En los meses siguientes al final de la guerra y en 1940, de manera voluntaria o forzada, volvieron a España alrededor de la mitad de estos exiliados. Si eran antiguos combatientes del Ejército republicano, pasaron en su mayoría por el Depósito de Prisioneros de Guerra de Reus (Tarragona) para ser clasificados y, en consecuencia, liberados o reenviados a otros centros de internamiento. Entre los que retornaron se encontraban bastantes vecinos de Baena (Francisco Horcas Montes, Rafael Jiménez Horcas, Rafael Pavón Pérez, Juan Mármol Caderas, etc.) y de la pedanía de Albendín (José Espartero Dorado, Domingo Pavón Pulido, etc.). Este último, teniente del Ejército republicano, había permanecido en Francia hasta diciembre de 1940, residiendo a sólo unos kilómetros de donde se encontraba su mujer, Concepción García, y su hija pequeña, sin que ninguno supiera el paradero del otro hasta que él se puso en contacto con su familia de Albendín a través de una carta poco antes de volver a España.

El Gobierno francés ofreció a los antiguos combatientes republicanos que permanecieron en su territorio enrolarse en la Legión Extranjera, en Batallones de Marcha (tropas auxiliares del ejército galo) o en las Compañías de Trabajadores Extranjeros, unidades militarizadas de unos 250 hombres mandadas por oficiales franceses en las que se debían encuadrar obligatoriamente todos los varones de entre 20 y 48 años. Las compañías acogieron a unos 80.000 españoles, de los que alrededor de 12.200 quedaron situados en la zona de la línea defensiva Maginot, en la frontera con Alemania, que pronto se convertiría en frente de guerra.

En mayo de 1940, el ejército alemán invadió Francia y miles de exiliados republicanos alistados en las Compañías de Trabajadores Extranjeros cayeron prisioneros. Se les encerró en recintos provisionales y, tras largas marchas a pie o en distintos medios de transporte, fueron internados en los stalags o campos de prisioneros de guerra, situados por toda Alemania, bajo el control de la Gestapo (policía militar). Desde agosto de 1940 estos españoles serían custodiados por las tropas de las SS y conducidos a campos de concentración nazis. El 15 de septiembre de 1940, Ramón Serrano Suñer –ministro de la Gobernación, presidente de la Junta Política de Falange y cuñado de Franco– visitó Alemania (con posterioridad haría otras tres visitas, ya como ministro de Asuntos Exteriores) y se entrevistó con el ministro de Interior y con Hitler, lo que le permitió conocer de primera mano el destino de los prisioneros republicanos. El 23 de octubre fue el propio Franco, acompañado por Serrano Suñer, quien conversó con Hitler en Hendaya. A pesar de los requerimientos que realizó en varias ocasiones la embajada alemana al Ministerio de Asuntos Exteriores español, las autoridades franquistas no se preocuparon de que a los presos en los stalags y en los campos nazis se les pudiera repatriar o se les diera el estatus de prisioneros de guerra (condición que poseían según la Convención de Ginebra), lo que condenó a una muerte segura a miles de ellos.

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Pila de 180 cadáveres encontrada en el sector ruso el día de la liberación del campo de Mauthausen en 1945.

La mayoría de los españoles apresados por los nazis en Francia acabaron en Mauthausen, un centro de exterminio situado al sur de Austria. Se calcula que entre 1938 y 1945 murieron allí un mínimo de 127.767 personas de diversas nacionalidades, según un estudio oficial austriaco, aunque algunos investigadores sitúan las cifras en varias decenas de miles más. Este campo se catalogó como de categoría III por las autoridades alemanas, la más dura, lo que significaba que estaba destinado para presos irrecuperables que nunca serían liberados. Dentro del campo, los internos morían en las cámaras de gas, en furgones equipados para gasearlos o en el centro de eutanasia del castillo de Hartheim, aunque también eran corrientes los experimentos médicos, las ejecuciones, el uso de perros para despedazar a los reclusos y los asesinatos por inyección letal y por la aplicación de duchas frías en invierno. El suicidio por ahorcamiento o arrojándose a las alambradas eléctricas se convirtió así en la única salida para muchos. Las condiciones de vida a las que se sometía a los prisioneros, en un clima frío y con una alimentación insuficiente para un trabajo agotador en las canteras, fomentaban las enfermedades y una mortandad masiva.

Para no morir en el campo se necesitaba un mínimo de 3.500 calorías, pero las raciones diarias nunca llegaban a las 1.500, una cantidad que se reducía a entre 700 y 900 calorías en la enfermería, según los datos aportados por por David Wingeate Pike en su libro Españoles en el Holocausto. Vida y muerte de los españoles en Mauthausen, editado en 2003. La esperanza de vida entre el invierno de 1939 y el otoño de 1943 no superó los seis meses. La mayoría de los españoles, a los que se identificaba con un triángulo azul (de apátrida o emigrante) con una «s» de spanier (español) adherido a la chaqueta de rayas azules y blancas, murió en Gusen, un subcampo situado a unos cinco kilómetros donde las condiciones eran mucho más duras que en Mauthausen. Allí eran trasladados los prisioneros más débiles para exterminarlos con el trabajo forzado, de manera que el 90% no sobrevivieron. Tras su muerte, los cadáveres eran incinerados en los hornos crematorios del campo.

La primera expedición de deportados españoles a Mauthausen, compuesta por 392 hombres, recaló el 6 de agosto de 1940. Los contingentes más numerosos entraron en el campo en este año (unos 2.200) y en 1941 (unos 4.600), aunque hasta 1945 se internó a unos 400 más acusados de colaborar con la Resistencia francesa. Cuando llegaron los españoles el campo estaba en plena fase de construcción y la mayoría fueron destinados a las duras tareas de extracción de piedras de las canteras de granito. Cuando el ejército americano liberó el campo el 5 de mayo de 1945 permanecían con vida 2.184 españoles, pero no sabemos cuántos murieron en meses posteriores a consecuencia de enfermedades o malnutrición, ya que era frecuente que el 60% de los supervivientes falleciera en el primer año de libertad.

Supervivientes de Mauthausen tras la liberación.

Supervivientes de Mauthausen tras la liberación.

Siete baenenses llegaron a Mauthausen en una deportación masiva organizada por los alemanes desde el campo de refugiados de Les Alliers, en las afueras de la ciudad de Angulema, situada en el centro-oeste de Francia, donde se habían instalado muchas familias españolas, reagrupadas allí tras el exilio, y bastantes mutilados y heridos de la guerra civil. Tras la invasión nazi de Francia, algunos españoles integrados en las Compañías de Trabajadores Extranjeros huyeron hacia el sur y acudieron también a este campo, considerado en aquel momento un lugar seguro, ya que se vivía en un régimen de semilibertad, bajo el control de la Prefectura francesa. El 20 de agosto de 1940, los refugiados de Les Alliers, 927 personas, recibieron la orden de concentrarse en la estación y los internaron en un convoy de vagones de mercancías, sin informarles de su destino. Era el primer tren de Europa Occidental que deportaba familias enteras a un campo nazi. Llegaron a la estación de Mauthausen a los cuatro días de viaje. Allí les hicieron esperar varias horas, hasta que recibieron la orden de que descendieran todos los varones mayores de 13 años, a los que inmediatamente condujeron al campo. Tras la selección, los vagones fueron cerrados de nuevo y el tren reemprendió la marcha. Ocho días tardó el tren en alcanzar la frontera española, a la altura de Hendaya, donde las mujeres y los niños fueron entregados a las autoridades franquistas. De los 430 españoles de este convoy que quedaron en Mauthausen, 357 (el 87%) habían fallecido cuando se liberó el campo en 1945. La odisea de los 927 deportados la reflejaron Montse Armengou y Ricard Belis en el documental El convoy de los 927, producido en el año 2004. En la sinopsis del documental se señala que los documentos encontrados prueban que hasta en cuatro ocasiones las autoridades nazis preguntaron a las españolas qué debían hacer con “los dos mil rojos españoles” de Angulema, pero nunca contestaron a pesar de que sabían que la mitad de los pasajeros habían sido enviados ya al campo de exterminio de Mauthausen. Algunos documentos llevaban una anotación al margen recomendando que se archivara el asunto, ya que “no parece oportuno hacer nada al respecto”.

José Bonilla Horcas, uno de los cinco baenenses deportados de Angulema a Mauthausen, donde murió el 16 de noviembre de 1941.

José Bonilla Horcas murió en Mauthausen el 16 de noviembre de 1941.

A principios de 1941, los siete baenenses del convoy de Angulema, con edades comprendidas entre los 26 y los 40 años, fueron trasladados al subcampo de Gusen, donde cuatro perecieron antes de que acabara el año (José Bonilla Horcas, José Cabrero Misut, José Cruz Navas y Juan Padilla Rojano, cuyo hermano José ya había muerto en la cárcel de Córdoba). Entre el 15 y el 25 de enero de 1942, y con sólo una diferencia de cinco días entre uno y otro, fallecieron los otros tres, los hermanos Miguel, Santiago y Rafael Albendín Navarro. En este año de 1942 hay al menos 14.298 muertes registradas en Mauthausen, lo que proporcionó a las arcas de las SS 5.278,1 gramos en dientes de oro. La muerte de Miguel Albendín Navarro fue inscrita en el libro de defunciones del Registro Civil de Baena el 24 de febrero de 1958, un hecho bastante infrecuente pues estas muertes en los campos nazis no se solían registrar en las localidades de origen de los fallecidos, aunque es posible que en algunos casos se hiciera para poder acceder a las indemnizaciones que el gobierno alemán pagó por aquellas fechas a las familias de los fallecidos en los campos nazis. Gracias a esa anotación sabemos que su mujer se llamaba Ascensión Jiménez Roldán, y que dejó un hijo con su mismo nombre, Miguel. Rafael Albendín también estaba casado (su esposa se llamaba Asunción Jurado), mientras que Santiago era soltero. Una hermana de esta familia se llamaba Carmen y otro hermano Antonio, que era el más pequeño de todos y no luchó en la guerra civil.

Tras la publicación de esta entrada del blog pude localizar, en marzo de 2017, al hijo de Miguel. Sus padres habían huido de Baena al comienzo de la guerra, se casaron en Jaén y él nació en 1939 en un pequeño pueblo de Lérida llamado Maldá. Su padre era cabo civilero del Ejército republicano y pasó a Francia tras los combates que tuvieron lugar en Mequinenza enmarcados en la batalla del Ebro. El pequeño Miguel fue bautizado en el sur de Francia. Tras la deportación del padre, la esposa y el hijo regresaron a Baena, y al poco tiempo emigraron a Málaga, donde Miguel reside en este momento.

También a través de un informe sobre niños huérfanos pobres, elaborado por la Policía municipal de Baena en mayo de 1940 y que se conserva en el Archivo Histórico Municipal, hemos podido rastrear la situación familiar del citado José Bonilla Horcas, casado con Francisca, con la que tenía una hija llamada Josefa Bonilla Pérez. En marzo de 2015, tras la publicación de esta entrada del blog, se puso en contacto conmigo una nieta de José Bonilla, residente en Roquetas de Mar (Almería), que me ha facilitado la fotografía y algunos datos biográficos de su abuelo. Aparte de Josefa, José tenía otros dos hijos: Francisca y Miguel. Mientras él estuvo enrolado en el Ejército republicano, la familia estuvo refugiada en Toledo y en Manzanares (Ciudad Real). La esposa de José, Francisca Pérez Rojas, también tuvo un hermano muerto en la guerra, pero no hemos podido dilucidar si a causa de la represión o en el frente.

José Cruz Navas 1

José Cruz Navas, de 31 años, muerto en Gusen el 16 de octubre de 1941.

Asímismo, tras la publicación de este artículo del blog contactó conmigo en marzo de 2015 Celia Ochavo Cruz, residente en Barcelona y sobrina nieta de otro de los deportados de Angulema, José Cruz Navas, fallecido en Gusen. Gracias a una información que Celia ha obtenido del historiador Benito Bermejo, extraída del archivo del Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca, sabemos que su tío se alistó de miliciano en el Quinto Regimiento, un cuerpo militar de voluntarios creado a comienzos de la guerra civil a iniciativa del PCE y las Juventudes Socialistas Unificadas. Tras Celia, otro sobrino de José Cruz, de igual nombre y apellido, residente en Madrid, escribió en septiembre de 2015 un comentario que puede leerse debajo de esta entrada del blog. Eso me permitió contactar con él, conseguir una foto de su tío y poner en relación a ambas ramas de la familia, que pudieron conocerse en persona al mes siguiente en la ciudad de Barcelona.

Antonio Ortega Torres, de 22 años, asesinado en Gusen el 15 de septiembre de 1941.

Antonio Ortega Torres, de 23 años, asesinado en Gusen el 15 de septiembre de 1941.

El 27 de enero de 1941, otros tres baenenses llegaron a Mauthausen desde el stalag XI-B, situado en Fallingbostel (actual estado federal de la Baja Sajonia), en un convoy de 1.506 prisioneros republicanos españoles, entre los que se encontraba el catalán Francesc Boix, quien fue autor de las más conocidas fotos del campo y testificaría contra varios jerarcas nazis en el proceso de Nuremberg –es muy recomendable la biografía de este personaje escrita en 2002 por el historiador Benito Bermejo–. Uno de los baenenses era Antonio Castilla Muñoz, que murió en Gusen en noviembre. A los otros dos, Felipe Quesada Pescador y Francisco Fuentes Ruiz, los únicos baenenses que quedaban ya vivos en Mauthausen, parece que los trasladaron el 8 de noviembre de 1942 al campo de Dachau, en las cercanías de la ciudad alemana de Múnich. El primero moriría allí dos días después y del segundo, que tenía entonces 23 años, desconocíamos su destino destino final, que suponíamos trágico, ya que el traslado de ambos prisioneros a Dachau pudo ser ficticio. Muchos de los que en el registro del campo de Mauthausen aparecen como trasladados a Dachau fueron conducidos en realidad para su ejecución a las cámaras de gas del cercano castillo de Hartheim. Así ocurrió, por ejemplo, con un transporte de 45 presos (31 españoles, cuatro judíos holandeses, ocho polacos y dos alemanes) ocurrido el día 14 de agosto de 1941. En el castillo de Hartheim se asesinó a unas 30.000 personas en 55 meses de funcionamiento, de los que 449 eran españoles.

En el párrafo anterior he señalado que el destino de Francisco Fuentes Ruiz pudo ser trágico, pues era lo que se sospechaba cuando escribí la primera versión de esta entrada del blog en septiembre de 2013. Sin embargo, el 7 de mayo de 2014 recibí un mensaje de correo electrónico desde Francia que me especificaba lo siguiente:

Afortunadamente el destino de Francisco Fuentes Ruiz no fue trágico. Sobrevivió y salió del campo de Dachau. Fue liberado el 3 de mayo 1945. Llegó a París el 24/05/1945 y después fue a  Toulouse el 15/06/1945. En septiembre fue a trabajar a Auzat (Ariège) y el 06/08/1946 en Pamiers (Ariège) en la fábrica metalúrgica hasta el año 1976 cuando se jubiló. En Pamiers se casó con una francesa en 1947. De ese matrimonio nacieron un hijo y una hija.  Soy ese hijo, Henri Fuentes. Mi padre vivió una larga y feliz vida con nietas y bisnietos hasta el año 2012.

Este mensaje me llenó de satisfacción como historiador, pero a la vez me hizo reflexionar sobre la injusticia del olvido. El único baenense que consiguió sobrevivir durante cuatro años y cuatro meses en los campos de exterminio nazis murió hace muy pocos años en Francia –donde se asentó definitivamente en el exilio– sin que supiéramos de su existencia y sin que, en consecuencia, hayamos podido recoger su testimonio vital. Esta circunstancia es un ejemplo claro de las carencias que, por desgracia, han presentado la investigación histórica y las políticas de memoria democrática en nuestro país.

Hemos podido completar con posterioridad la biografía de Francisco Fuentes gracias a la labor investigadora de la ya citada Celia Ochavo, sobrina nieta del también preso José Cruz Navas, que ha obtenido las fichas de varios deportados baenenses a través de la sección dedicada a las víctimas de la persecución nazi del Servicio Internacional de Búsquedas de la UNESCO. Francisco Fuentes fue deportado, entre el 14 y el 24 de marzo de 1944, desde Dachau al campo de Natzweiler, en la provincia de Alsacia (actual Francia), donde trabajó en el comando exterior de Neckarelz. En este campo hubo 44.623 internados, de los que murieron entre 12.000 y 25.000, en gran medida por los abusos en el trabajo, malnutrición y las torturas de las SS. La mayoría  de los presos eran polacos, soviéticos, franceses, húngaros y alemanes, aunque se contabilizan también 80 españoles.  Ante el avance de las tropas aliadas, en septiembre de 1944 los presos de este campo fueron trasladados a otros recintos. Francisco Fuentes llegó de nuevo a Dachau el 2 de abril de 1945, y un mes más tarde el campo, que había llegado a albergar a más de 200.000 prisioneros, sería liberado por las tropas norteamericanas.

Antonio Navarro Ortiz, de 46 años, asesinado en Gusen el 20 de junio de 1941.

Antonio Navarro Ortiz, de 46 años, asesinado en Gusen el 20 de junio de 1941.

Aparte de los ya señalados, otros cinco baenenses perdieron la vida en el complejo de Mauthausen a lo largo de 1941. En el castillo de Hartheim, posiblemente gaseados, perecieron dos: Antonio Campos Sánchez, que había llegado a Mauthausen el 13 de diciembre de 1940 en un convoy de 846 españoles procedentes de un stalag en Estrasburgo; y Antonio Pérez Baena, que tuvo la desgracia de ser el primer baenense internado en Mauthausen el 13 de agosto de 1940. Por otro lado, en el subcampo de Gusen murieron Antonio Ortega Torres, de 23 años, el más joven de los baenenses internados; y Antonio Navarro Ortiz, el mayor de ellos, con 46 años, que había llegado a Mauthausen el 25 de enero en un convoy de 775 españoles procedentes del stalag VIII-C de la ciudad alemana de Trier (o Tréveris). De ambos poseemos fotografías entregadas por sus familiares. La de Antonio Ortega me la facilitó José de las Morenas Lara en 2006 para que se publicara en mi libro Baena roja y negra. Guerra civil y represión (1936-1943). La de Antonio Navarro Ortiz la recibí a finales del mes de agosto de 2013, junto a otra documentación personal, de su nieta Carmen Pérez Navarro, residente en Barcelona, pues su viuda y los cinco hijos emigraron de Baena.

Pluma de Antonio Jiménez Ramos que se conserva en el Archivo General de Andalucía desde 2012 tras la donación realizada por el Archivo Arolsen.

A principios de 2020 el número de baenenses conocidos que habían fallecido en los campos de concentración nazis aumentó con una nueva víctima, el campesino Antonio Jiménez Ramos. Su nombre fue difundido a través de los medios de comunicación por el historiador Antonio Muñoz-Sánchez, de la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona, que está llevando a cabo una meritoria labor de localización de familiares de las víctimas del campo de concentración de Neuengamme, situado en el norte de Alemania, cerca de Hamburgo, por el que pasaron unos 600 españoles y en el que murieron más de 50.000 personas. Antonio Jiménez, exiliado en Francia, llegó a este campo el 24 de mayo de 1944, con 33 años. Estuvo internado en Meppen, uno de sus subcampos, y luego en otro, Sandbostel, donde al parecer murió. Cuando llegó a Neuengamme, los nazis le requisaron la pluma estilográfica que aparece en la fotografía y que se conservaba en el Archivo alemán de Arolsen. Como ningún sobrino nieto ha reclamado la pluma (él era soltero y no tenía hijos, pero sí varios hermanos en Baena) desde finales de 2022 se conserva en el Archivo General de Andalucía junto a otros objetos que pertenecieron a presos andaluces en los campos nazis. Por fortuna, algunas familias españolas ya han podido recuperar las pertenencias que los alemanes robaban a los deportados y que están depositadas en este archivo.

El recuerdo institucional u oficial de los deportados baenenses ha tenido serias lagunas municipales hasta el momento, a pesar de la relevancia histórica de esta tragedia y de la necesidad de sensibilizar a la población para que hechos similares no se vuelvan a producir. El 26 de mayo de 2016 el pleno del Ayuntamiento de Baena aprobó, por unanimidad de todos los grupos políticos, una moción presentada por el grupo municipal de Izquierda Unida con la finalidad de homenajear a los hijos de la localidad que padecieron el terror nazi. No obstante, varias de las propuestas no se han cumplido aún en 2023, a pesar de que el plazo de realización establecido era de dos años. Entre lo no llevado a cabo se encuentra el contactar con las familias de los deportados para celebrar un acto de homenaje con motivo del Día Internacional de Conmemoración de las víctimas del Holocausto (27 de enero), la construcción de un monumento con el nombre de las víctimas, la organización de una exposición de recuerdo o la colocación de pequeñas placas (stolpersteine) en las calles o casas donde vivieron los  represaliados.

Según los datos aportados por Carlos Hernández de Miguel en su imprescindible libro Los últimos españoles de Mauthausen, publicado en 2015, existe constancia documental de que 9.328 españoles pasaron por los campos nazis. De ellos murieron 5.185, sobrevivieron 3.809 y constan como desaparecidos 334, lo que representa una tasa de mortalidad del 59%. Esa proporción se eleva al 64% si nos atenemos a las cifras de Mauthausen: 7.532 internados españoles de los que murieron 4.816. De acuerdo con el libro colectivo (Sandra Checa, Ángel del Río y Ricardo Martín) Andaluces en los campos de Mauthausen, de los españoles deportados a este campo, 1.494 eran andaluces y 336 de Córdoba. Cuando se liberó el campo el 5 de mayo de 1945 habían muerto alrededor de 1.000 andaluces –en su mayoría soldados y combatientes antifascistas con una media de edad de entre 20 y 30 años–, de los que 238 (más ocho desaparecidos) procedían de la provincia de Córdoba.

Baena, con 14 vecinos asesinados, es el tercer municipio cordobés en número de víctimas mortales en los campos de exterminio nazis, empatado con Fuenteobejuna y Palma del Río. Encabeza la lista Posadas, con 17 asesinados, y le sigue Córdoba capital, con 15. La lista completa con los 14 baenenses fallecidos y del único superviviente se puede leer en este enlace.

"Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas liberadoras" dice la enorme pancarta escrita en español, inglés y ruso que se colocó sobre la portada del campo central. Fue desplegada a la llegada de las tropas americanas el 5 de mayo de 1945.

«Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas liberadoras» dice la enorme pancarta escrita en español, inglés y ruso que se colocó sobre la portada del campo central de Mauthausen. Fue desplegada a la llegada de las tropas americanas el 5 de mayo de 1945.

 Enlaces y documentación de interés

Hechos y perspectiva histórica de la guerra civil en Baena

PORT BAENA ROJA Y NEGRA

El 28 de julio de 1936 se produjo en Baena uno de los hechos más trágicos de la guerra civil en la provincia de Córdoba. La entrada de una columna militar sublevada, al mando del coronel Eduardo Sáenz de Buruaga, originó una matanza en las calles y en el Paseo que tuvo como respuesta el asesinato de los presos que los republicanos mantenían como rehenes en el convento de San Francisco. En noviembre de 2008 publiqué un libro, que se centraba en estos temas y en otros ocurridos en el pueblo durante la contienda: Baena roja y negra. Guerra civil y represión (1936-1943). En 2013, en esta entrada del blog traté de aportar la nueva información (testimonial, documental y bibliográfica) que había surgido desde entonces. Solo cinco meses después salió la segunda edición de mi libro sobre Baena, en la que ya incluí de manera detallada parte de lo publicado aquí. Por ello, he decidido reelaborar los contenidos originales de esta entrada, manteniendo los testimonios de los familiares de las víctimas de la represión que me llegaron a través del correo electrónico antes de que apareciera la segunda edición del libro. Para situarse en el entorno histórico de los hechos que narran las familias, resulta imprescindible la lectura previa de este texto titulado «La represión en Baena durante la guerra civil y la posguerra«, donde hay una visión de conjunto sobre lo sucedido en el pueblo en guerra y posguerra.

Entre los testimonios recibidos sobre Baena, Antonio Ramírez de las Morenas (por desgracia ya fallecido) me envió desde Barcelona un escrito muy valioso y detallado, una auténtica joya para un historiador. Siendo niño presenció, junto a su hermano Rafael y a su madre, cómo los falangistas y la Guardia Civil entraron en su domicilio y al ver dos retratos de los militares Fermín Galán y García Hernández (fusilados por su implicación en el fracasado levantamiento republicano de 1930) obligaron a la dueña de la casa, su abuela, que estaba semiparalítica, a que se los comiera. Me informó también de que la edad de su padre José Ramírez Melendo cuando fue asesinado el 28 de julio en el Paseo era de 44 años y no de 54, con lo que existe una equivocación en el Registro Civil. Además, su tío Francisco de las Morenas Molina murió fusilado el 28 o 29 de julio de 1936 y no aparece inscrito en el Registro Civil, al igual que ocurre con su primo Antonio de las Morenas Lara, fallecido en el frente. Otro tío, hermano de su padre, Andrés Ramírez Melendo, de 41 años, era cabo de la guardia municipal. Al encontrarse enfermo, no se reintegró al servicio hasta el día 31 de julio. Al presentarse, el teniente Pascual Sánchez Ramírez le ordenó que volviera a su casa y se pusiera el uniforme. Cuando regresó, le pegó un tiro sin mediar palabra (de acuerdo con el testimonio que le trasmitió a su viuda José Ávalo, testigo del hecho, que no pudo hacer nada para evitar su muerte). Su tía Victoria de las Morenas Molina sufrió escarnio público, pues le raparon el pelo y la obligaron a tomar aceite de ricino. Su delito había sido enarbolar la bandera republicana en una manifestación tras la victoria del Frente Popular en las elecciones del 16 de febrero de 1926. Antes, le habían fusilado el 29 de julio de 1936 a su hijo Francisco Pérez de las Morenas, de 26 años, tampoco inscrito en el Registro Civil.

La madre de nuestro informante, Carmen de las Morenas Molina, tras el asesinato de su marido José Ramírez Melendo, quedó al cuidado de sus tres hijos menores (los dos mayores, Vicente y Francisco Ramírez de las Morenas huyeron a zona republicana y se alistaron como soldados). Para poder subsistir, trabajó de limpiadora por la mañana en el café El Ideal, donde iban los piquetes después de los fusilamientos a emborracharse y escenificar lo que acababan de ejecutar. La dueña del bar, al percatarse de la situación, se apiadó de ella y cuando llegaban los matarifes, para que no los viera, la entraba a las estancias interiores. Cuando terminó la guerra, regresaron sus dos hijos mayores, Vicente y Francisco. Vicente estuvo preso en un campo de concentración en Alicante. Francisco regresó con una herida de bala en la cabeza. Las curas las recibió en su casa, pues un practicante amigo, por temor a que lo detuvieran, le recomendó que no fuera a la Casa de Socorro. Había huido de Baena el 29 de julio de 1936, tras haber estado buscando en el cementerio el cuerpo de su padre entre la pila de cadáveres carbonizados y recibir la noticia de que habían matado a toda su familia. Tenía 14 años en 1936, así que mintió sobre su edad para conseguir servir en el cuerpo de carabineros de la República. Antonio Ramírez de las Morenas me señaló también en su testimonio que, a pesar de que yo recojo en el libro un informe del comandante militar que calificaba la escuela del maestro Pavón Gónzález como “anti-patriota y anti-religiosa e inmoral”, este profesor era “muy querido y preciado entre los jóvenes de Baena, se dedicaba a enseñar a leer y escribir y las cuatro reglas lo más correctamente posible. Las clases las daba en su casa a última hora de la tarde para que pudieran asistir los jóvenes después de su jornada laboral, y por lo visto su labor fue muy efectiva”. En contraposición me cita al maestro Fernando de la Torre, apodado “El Carlista”, que sacó a los niños a la calle para pedir el fusilamiento del líder anarquista José Joaquín Gómez Tienda, el Transío, que fue ejecutado en junio de 1939.

Antonio Bazuelo Alarcón, fusilado en 1936.

Antonio Bazuelo Alarcón, fusilado en 1936.

Alberto Bazuelo Jabalquinto, desde Valencia, me envió la historia de su abuelo Antonio Bazuelo Alarcón. Era guarda rural y había denunciado a un señorito porque una piara de cerdos de su propiedad se había metido en una finca ajena. Tras el golpe de Estado, un capataz del señorito lo reconoció mientras hacía guardia en el castillo, así que fue detenido. Podría haber huido la noche en que lo trasladaban en un camión junto a otros presos, según le contó a la familia en la posguerra uno de ellos, que consiguió escapar saltando. Él se negó alegando que no había cometido ningún delito y que por ello no le harían nada. El destino del camión era el cementerio, donde lo fusilaron con sus compañeros en una fecha indeterminada según la familia, pero que el Registro Civil sitúa el 19 de agosto de 1936.

Mariano Ortega Bazuelo, bisnieto del fusilado Antonio Bazuelo Alarcón, citado en el párrafo anterior, a través del testimonio que a lo largo de su vida le legó su tía abuela Rosario Vallejo Amo, realiza unas aportaciones muy interesantes sobre la muerte de su bisabuela Rafaela Amo Arrabal (madre de Rosario) y de varios de sus familiares. Vivían en una calle que desembocaba en la calle Tinte desde la calle Cantarerías de la Fuente de Baena. Era la primera zona por la que entraron las tropas sublevadas de la columna del coronel  Sáenz de Buruaga el 28 de julio de 1936. Al escuchar los disparos huyeron a resguardarse en una casa de la calle Llaneta. En el camino hacia la casa mataron a Félix Vallejo Amo, hijo de Rafaela, y junto a un pairón cercano a la calle Llaneta a la propia Rafaela Amo, que llevaba en brazos a su hija menor de tan solo unos meses, Concha. A la casa consiguieron llegar el marido de Rafaela (Manuel Vallejo), la hija mayor, Rosario, de 20 años, que llevaba en sus brazos a otra hermana de cerca de dos años, y el resto de los hermanos (menos uno, Manolo). Estuvieron todos refugiados durante unas horas, hasta que amainaron los disparos. Entonces pudieron salir y rescatar a Concha, que se encontraba en el suelo al lado del cadáver de su madre y que a consecuencia de la caída quedó sorda de un oído. Volvieron a refugiarse en la casa de la calle Llaneta, pero las otras personas que estaban allí escondidas temían que los lloros continuos de la niña los delataran a todos, por lo que debieron regresar de nuevo a su casa. Allí habían quedado los padres de Manuel Vallejo, que al ser ancianos no habían podido huir y se habían escondido en una cueva al final del patio, donde los hallaron muertos de un tiro en la cabeza. La casa se la encontraron saqueada.

A otro hijo de Rafaela, Manolo Vallejo Amo, lo apresaron aquel 28 de julio de 1936, al igual que a otros cientos de vecinos. Su hermana Rosario pidió ayuda al señorito con el que trabajaba de criada para que intercediera por él. Se dirigieron a la cárcel y al que sacaron fue a su tío Francisco Vallejo Amo, de iguales apellidos. Ella tuvo que decir que él no era a quien buscaban. Liberaron entonces al hermano, al que dieron el pañuelo sellado que lo avalaba. A lo largo de su vida, Rosario “se justificaba una y otra vez al contarlo con lágrimas en los ojos, pues tuvo que condenar a su tío para salvar a su hermano, pero no podía hacer otra cosa, el señorito sólo había intercedido por uno”. A este Francisco Vallejo Amo lo cito en mi libro como hijo de Rafaela, aunque en realidad era hermano de su marido. Para colmo de males, también cayó asesinado un hermano de Rafaela, José. Aquel 28 de julio, el cadáver de Rafaela lo retiraron del medio de la calle “como si fuera un perro” y allí permaneció hasta que lo llevaron al cementerio.

José Alba Rosales, teniente del Ejército republicano.

José Alba Rosales, teniente del Ejército republicano.

José Alba Gálvez, desde Vélez-Málaga, me mandó copia de unos documentos relativos al proceso judicial de su padre, José Alba Rosales, fallecido en 1987. En su carta, José Alba Gálvez me señala que la historia de su padre en su casa era un “tema tabú”, “del que no se hablaba”, hasta la aprobación de la Ley 37/1984, que reconocía derechos y servicios prestados a quienes durante la guerra civil habían sido miembros de las fuerzas armadas republicanas. Con el testimonio de su padre y la búsqueda de documentación supieron que había sido militante de la CNT, soldado republicano desde agosto de 1936 y miembro del XIV Cuerpo del Ejército Guerrillero, conocido popularmente como “Niños de la Noche”. En el segundo semestre de 1938, José Alba Rosales ingresó en la Escuela Popular de Guerra de Paterna y alcanzó el grado de teniente. Prestó servicios a partir de entonces en Valencia, y una de sus últimas misiones fue escoltar a altos mandos del Gobierno republicano hasta Cartagena para exiliarse. Al acabar la guerra lo encarcelaron en Valencia, pero pudo huir y regresó a Baena andando o como polizón en trenes. Intentó pasar desapercibido hasta que lo detuvo la Guardia Civil debido a una posible delación de un excompañero de Valenzuela. Tras ser juzgado, lo condenaron en octubre de 1939 a reclusión perpetua, una pena conmutada por 20 años de reclusión en 1943, y fue indultado en marzo de 1948. Durante esos años sufrió prisión en Castro del Río, Córdoba, El Puerto de Santa María y Barbastro, y fue sometido a trabajos forzados en un destacamento penal en Noales (Huesca), de donde salió en libertad condicional en julio de 1943.

Mariano Padillo Pavón, combatiente contra los nazis en la II Guerra Mundial.

Mariano Padillo Pavón, combatiente contra los nazis en la II Guerra Mundial.

Manuel Padillo Moreno, residente en Valencia, me llamó para contarme que también entre la lista de las personas que aparecían en mi libro se encontraban su padre Mariano Padillo Pavón y su tío Miguel, pero la burocracia franquista erró en su edad y en su identificación, ya que los denomina Juan y Francisco. Mariano, de 26 años, huyó de Baena con su mujer, sus tres hijos, su madre y sus hermanos y se refugió en Castro del Río. Junto a sus hermanos Miguel y José, todos anarquistas, se alistó en el Ejército republicano (otro hermano, Domingo, aún era muy pequeño). Mariano cayó preso de los franquistas y lo internaron en el campo de concentración de prisioneros de guerra de Miranda de Ebro (Burgos), de donde consiguió escapar y reintegrarse en las filas republicanas. Tras la huida, volvió a encontrarse con su familia, a la que trasladó a Valencia y luego a Alcoy (Alicante). Cuando a finales de enero de 1939 se produjo la caída de Barcelona y la consiguiente desbanda hacia Francia de cientos de miles de personas, Mariano cruzó la frontera y fue internado en un campo de concentración, mientras su hermano José, con el que había compartido unidad militar, decidió quedarse en España (fue fusilado en Baena el 22 de junio de 1939). El Gobierno francés ofreció a los antiguos combatientes republicanos que permanecieron en Francia enrolarse en Batallones de Marcha (tropas auxiliares del ejército galo), en las Compañías de Trabajadores Extranjeros –unidades militarizadas de unos 250 hombres mandadas por oficiales franceses– en las que se debían encuadrar obligatoriamente todos los varones de entre 20 y 48 años y que llegaron a acoger a 80.000 españoles, o en la Legión Extranjera, cuerpo en el que se alistó Mariano Padillo y alrededor de seiscientos refugiados españoles que fueron trasladados a Argelia y terminarían luchando a favor de los aliados durante la II Guerra Mundial. Al acabar la guerra, permaneció en el exilio en Francia toda su vida.

StanbrookExiliados acabaron también Manuel y Antonio Soriano López, de la familia conocida con el apodo de los Capacheros, de 32 y 30 años en 1939, según el testimonio de Paul Herrera, nieto de Antonio y residente en Saint Gely du Fesc (Francia). Los dos hermanos habían luchado como soldados del ejército republicano y Antonio, que alcalzó el grado de sargento en la 210 Brigada Mixta, consiguió sobrevivir a dos heridas de bala en la cabeza que le supusieron la pérdida de un trozo de cráneo. Paul Herrera me envió varias fotos de su abuelo Antonio, otra del carguero inglés Stambrook en el que huyeron desde el puerto de Alicante, y un escrito enviado el 2 de abril por el capitán del barco, Archibald Dickson, al periódico londinense The Sunday Dispacht, donde narra cómo se produjo la evacuación y cuál era la situación de los refugiados en ese momento. A finales de marzo de 1939, los puertos de la costa levantina se convirtieron en la última esperanza para los que querían huir de España. El 28 de marzo, cuatro días antes de que acabara la guerra, miles de personas aguardaban en los muelles de Alicante, sin embargo el puerto se encontraba bloqueado por la armada franquista y la aviación alemana, lo que impidió la llegada de los barcos contratados por el gobierno republicano para facilitar la evacuación.

Antonio Soriano López y su hija Antonia (segunda por la derecha).

Antonio Soriano López, exiliado en Argelia, y sus hijas Annie y Antonia (primera y segunda por la derecha).

El Stambroock consiguió evitar el cerco y zarpar con entre 2.638 y 3.028 personas a bordo, superando con creces su capacidad, lo que le obligó a navegar escorado y por debajo de la línea de flotación. El barco llegó a Orán (Argelia) en la tarde del 29 de marzo y quedó anclado en el puerto, con sus pasajeros hacinados, sin poder entrar en los muelles hasta el 6 de abril. Solo se permitió el desembarco de mujeres y niños, mientras los varones hubieron de permanecer a bordo. Unos quinientos pasajeros fueron internados en un campo de concentración y el resto solo fue liberado el 1 de mayo tras el pago a las autoridades de 170.000 francos a través del SERE, el organismo republicano de ayuda a los refugiados controlado por el gobierno en el exilio de Juan Negrín. Antonio Soriano López vivió en Argelia hasta su independencia en 1962, cuando hubo de trasladarse junto a cientos de miles de refugiados a Francia. Allí falleció en 1989. Tras la muerte de Franco, visitó a sus familiares en varias ocasiones en Barcelona, donde se habían asentado.

Teresa 1

Teresa Soriano López (fila inferior, quinta por la derecha) en la prisión de Málaga.

La familia de los Capacheros, adepta a la CNT, sufrió de lleno la represión franquista. Fueron encarcelados los padres, Ana López y Francisco Soriano. En cuanto a los hijos, Antonio y Manolo se exiliaron, como hemos señalado en el párrafo anterior; Francisco murió luchando en las posguerra en la guerrilla antifranquista en Obejo el 18 de agosto de 1940; y acabaron en prisión Carmen, José (interno en El Puerto de Santa María en 1938), Tomás (condenado a 14 años de cárcel) y Teresa Soriano López. Esta, con 19 años, se había refugiado durante la guerra en las localidades cordobesas de Castro del Río y Cañete de las Torres, en Alcoy (Alicante) y Granátula (Ciudad Real). Gracias a la documentación que nos ha aportado desde Montgat (Barcelona) su hijo Manuel Padilla Soriano sabemos que la apresaron el 25 de abril de 1939 en Baena, donde pasó seis meses en la cárcel de la Plaza Vieja hasta que fue trasladada a Córdoba y juzgada en consejo de guerra el 24 de octubre. La condenaron a 30 años, de los que más de cinco estuvo interna en la prisión del Instituto Geriátrico Penitenciario de Málaga. Obtuvo la libertad condicional el 24 de diciembre de 1945 y la definitiva el 28 de agosto de 1964. Por el testimonio y la documentación aportada por el hijo de Teresa he conocido que en la cárcel de Baena su madre compartió celda con Manuela Porcuna Jiménez, de 18 años. Las dos aparecen en mi libro como personas de las que los jueces militares piden informes a partir de 1938, pero no como presas, que es lo que en verdad fueron. Son casos similares al de José Alba Rosales, que he citado con anterioridad, y ejemplos de las limitaciones que ofrece la documentación de la Administración franquista a la hora de estudiar el verdadero alcance de la represión en lo que se refiere al número de presos y fusilados, ya que muchos de ellos no aparecen en la documentación que hemos podido localizar hasta el momento.

Felipe Priego Jiménez y su esposa Guadalupe Valenzuela García.

Felipe Priego Jiménez (fusilado el 22 de junio de 1939) y su esposa Guadalupe Valenzuela García.

Desde Leganés (Madrid), una extensa y emotiva carta de Mari Carmen Priego Benito, plagada de sentimientos y recuerdos, me permitió conocer los detalles de la vida de los familiares de su abuelo, Felipe Priego Jiménez, el Pescadero, de 29 años y de ideología socialista, tras su fusilamiento el 22 de junio de 1939 en Baena. Su viuda, Guadalupe Valenzuela García, sufrió el expolio de sus bienes (dinero, joyas, cubertería de plata), pues era una familia acomodada. Murió en 1943, a los 37 años, y los tres hijos huérfanos (Cecilia, Manuel y Ana) se repartieron entre sus tíos en una época de calamidades y miserias en la que la supervivencia era muy difícil.

José Lara Díaz, asesinado el día 28 de julio de 1936 en el Paseo.

José Lara Díaz, asesinado el día 28 de julio de 1936 en el Paseo.

Carmen Gómez Lara, residente en Zaragoza, me advirtió que su abuelo José Lara Díaz, de 43 años, asesinado en el Paseo el 28 de julio de 1936, trabajaba como empleado de banco y no de campesino, que es la profesión que se le atribuye erróneamente en el libro de defunciones del Registro Civil. También me informó de que además de asesinarlo detuvieron a dos de sus hijos, que fueron liberados gracias a que su mujer había sido madre de leche de una hija de don Fernando, un señorito que medió para que los soltaran.

En una extensa y amena conversación, en marzo de 2013 Pedro Alcalá me indicó que en mi libro nombraba a su tío Nicolás Alcalá Espinosa como víctima de la represión republicana sin aportar más información, salvo que murió en otra localidad. Eso se explica porque su tío no está inscrito como fallecido en el Registro Civil de Baena, y su nombre y apellidos, sin ninguna alusión a su relevancia política, aparecen solo en una ocasión en los siete informes oficiales sobre víctimas de la violencia republicana que se conservan en el Archivo Histórico Municipal. Por fortuna, la carencia de datos he podido subsanarla en parte. Nicolás Alcalá era doctor en Derecho por la Universidad Central de Madrid. Aprobó las oposiciones a notaría en 1910 y consiguió plaza en los años veinte en Madrid, donde estableció su residencia. Allí perteneció a la tertulia del filósofo Ortega y Gasset y visitaba con asiduidad la Institución Libre de Enseñanza, ya que su hermano Pedro estudiaba en la Residencia de Estudiantes. Militó en la Derecha Liberal Republicana y fue vocal de la Comisión Jurídica Asesora que colaboró en la redacción del proyecto de Constitución de 1931. Como propietario agrario ejerció de presidente de la Asociación Nacional de Olivareros y participó en diversos congresos y reuniones patronales. Entre noviembre de 1933 y enero de 1936 fue diputado por Jaén del Partido Republicano Radical. En las Cortes participó en las comisiones de Agricultura y Reforma Constitucional, e intervino en varios debates parlamentarios, casi siempre sobre asuntos económicos o relacionados con problemas agrarios. Para las elecciones a Cortes de febrero de 1936 intentó repetir candidatura en Jaén, pero se opuso la derechista CEDA, que iba en coalición con los radicales en esa provincia. Tras el golpe de Estado, fue apresado en Madrid, internado en la checa de la calle Marqués de Riscal (dependiente de la 1ª Compañía de enlace del Ministerio de la Gobernación) y asesinado el 19 de septiembre de 1936, cuando tenía 51 años. El nombre de Nicolás Alcalá Espinosa aparece en la Causa General, el extenso proceso de investigación iniciado en 1940 y terminado veinte años después por el Ministerio de Justicia franquista para recoger por escrito la represión republicana.

Miguel González Jiménez, fusilado el 26 de agosto de 1936.

Miguel Ángel Lara González, desde L´Hospitalet de Llobregat (Barcelona) me envió, junto a un mensaje animoso y cordial, la foto de su abuelo, el campesino Miguel González Jiménez, fusilado el 26 de agosto de 1939 en Baena, aunque por desgracia no me pudo aportar más datos biográficos sobre su pasado.

El día 31 de julio de 1936 el teniente Pascual Sánchez Ramírez, comandante militar de Baena, organizó una columna de apoyo con víveres y municiones a la Guardia Civil de Luque, que se había sublevado el día 18, había apresado a algunos obreros y dominaba la localidad. Sabemos que en Luque el teniente repitió la misma táctica represiva que había usado en Baena. Ordenó sacar a los presos que la Guardia Civil tenía en su poder desde el día 18 y los fusiló en la plaza del pueblo. En la página 20 del libro Memorias de un luqueño. La vida de Ángel Marchena se relata este hecho. Ángel Marchena tenía 11 años entonces. A pesar de su corta edad, había sido apresado en venganza por la huida de su padre a zona republicana y en la cárcel veía como “sacaban gente que no volvía”. La llegada del teniente a la cárcel de Luque, donde él se encontraba prisionero, la narra de la siguiente manera:

“Vimos que entraba el teniente de la Guardia Civil de Baena, Pascual Sánchez creo que se llamaba… y con una pistola ametralladora nos amenazaba gritando que nos iba a matar a todos. Recuerdo que con una voz ronca decía: Esta mañana he matado a doscientos y ahora a los que aquí estáis… Pero gracias a las mujeres de los guardias civiles de Luque que se hincaron de rodillas ante el criminal del teniente nos salvamos… pero aquel asesino había venido a matar y no se conformó, así que ordenó que sacaran a unos pocos. Desde aquella noche volvieron a repetir la operación cada dos o tres semanas y, en cada una de las sacas se llevaban a ocho o diez personas… No recuerdo los nombres de aquellos hombres, pero todavía hoy tengo muy presentes sus caras”.

Por último, las víctimas ocasionadas por la represión franquista en Baena siguen aumentando debido a la aparición de nuevas fuentes escritas y orales, algo que no ocurre con las víctimas de la represión republicana, ya que éstas se anotaron en los libros de defunciones de los registros civiles, según una Orden de 29 de abril de 1940, como «asesinados por los rojos» y «muertos gloriosamente por Dios y por España». Hemos encontrado algunas referencias más, aunque imprecisas, a la matanza causada en las calles y el Paseo tras la entrada de las tropas de Sáenz de Buruaga el día 28 de julio. En el libro, Apuntes para una historia silenciada. Luchas campesinas en Andalucía: Almedinilla durante la guerra civil, de Ignacio Muñiz Jaén, se recogen los testimonios de dos personas (páginas 67 y 74-75). Una, Rafael Malagón «El Mocho», de Almedinilla, consiguió huir de un camión en el que trasladaban desde la cárcel de Priego a varios presos para fusilarlos en Monturque. Se dirigió a Baena y se acercó «a un cortijo donde había una mujer y unos muchachos, y [ella] me contó lo que había ocurrido allí. Por lo visto habían entrado los moros y habían matado a no sé cuántos…». La otra persona, José Moreno Salazar, que vivía en Bujalance, narra que «una noche la calma se acaba cuando llega un grupo de refugiados procedentes de Baena, distante 15 kilómetros de Bujalance. Demacrados, el espanto reflejado en sus rostros, cuentan que han salvado la vida por los pelos. Los fascistas han fusilado en un rato a más de 100 obreros en la plaza del pueblo».


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